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Siempre mintió
El abogado de Ovidio
La protagonista de ‘Una nota de fuego y nada más’, novela debut de la mexicana Elena Piedra, planea un incendio en Ciudad de México para borrarlo todo hasta la tristeza heredada por su madre, sus tías y su abuela, porque “el fuego es la posibilidad de empezar de cero, de romper con lo que no nos gusta de nosotras mismas”, explica la autora a EFE.
El incendio que vive en la mente de Fernanda, la voz principal, no es visto como “un homicidio”, argumenta la escritora de 35 años, es más bien “un acto de liberación” ante la pregunta: "¿Qué pasa cuando un día te despiertas y te das cuenta de que todo lo que te dijeron no es así y tienes que romper con ello?”.
Y es que los relatos que viven en la memoria de nuestras familias “dan sentido a nuestra identidad y son muy pesados, además, son mucho más sólidos de lo que pensamos, entonces romper con ellos es muy doloroso”.
Es “desgarrador” soltar ese relato, pero a veces es necesario porque “no te puedo decir que la depresión se hereda, pero sí la idea de la infelicidad”, confiesa.
Por lo tanto, “para mí era importante darle voz a los conflictos y a los sentimientos que muchas personas buscan ocultar porque sienten que están mal. Es liberador tratar este tema y redactar una familia como la mía, que no es perfecta”, sostiene la escritora sobre este texto que le llevó un año escribir.
La familia de ‘Una nota de fuego y nada más’ también está lejos de la perfección, es un nido de recuerdos donde habitan mujeres de distintas generaciones a quienes “la sociedad también les ha impuesto vínculos no tan sanos”.
Esos vínculos, como los maternofiliales, “muchas veces están idealizados y por eso me interesaba problematizar esos afectos con Fernanda haciéndose preguntas sobre si su madre realmente quería ocupar ese papel materno o si tenía la capacidad de hacerlo”.
Son esos cuestionamientos y la imposibilidad de comunicarse con su madre, los que cultivan la “desesperación” en la psique de la protagonista, y, por ende, son las cartas el medio que ella encuentra para unir ese vínculo maternofilial.
“Parece que la madre está en un camino y la hija en otro, sus caminos son paralelos aunque estén juntos”, reflexiona acerca de una relación que le recuerda a la que tiene Piedra con su propia madre.
Sin embargo, aclara que en la novela no hay “ni buenas ni villanas, más bien todas son causas y efectos” de la sociedad en la que viven.
Como lo hizo Lucia Berlin en los 90, Elena Piedra es parte de este movimiento literario donde muchas autoras latinoamericanas utilizan la autoficción para apropiarse del espacio “íntimo impuesto a las mujeres”.
“Voltear a los espacios íntimos impuestos a las mujeres durante tanto tiempo está sucediendo como un desahogo y una reivindicación”, defiende.
Además, “para mí en lo más cotidiano y en lo más personal se puede encontrar el universo entero y esta novela es uno más de esos ejercicios”, enfatiza.
Entonces, afirma, la autoficción y la ficción son formas de “buscar la verdad y darle sentido a esa realidad abstracta, opaca y apelmazada ”, por eso esta obra publicada por Tusquets es liberadora y un tanto “optimista”.
GR