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¿Para espiarnos?
A creerle
J. K. Galbraith, uno de los economistas más destacados del siglo 20, decía que Dios había creado a los economistas para que los astrólogos no quedaran comparativamente tan desprestigiados en sus profecías. Sin embargo, una de las actividades más famosas del economista es la de estimar los niveles esperados de crecimiento económico, inflación, empleo, tasas de interés, precios del petróleo, etc. El interés por predecir el futuro no deja de fascinarnos, alimenta las apuestas, nuestros sueños y nuestros temores. Quien pudiese predecirlo con exactitud, inmediatamente sería un potentado, o una persona con un peso descomunal en el mundo.
Todas las predicciones económicas se basan en modelos, es decir, en representaciones simplificadas de la realidad (por muy complejas que sean las matemáticas que se utilicen), pero la realidad va mucho más allá de las variables que podamos incorporar al modelo, aun suponiendo que éste fuese extraordinariamente eficiente y preciso.
Sin embargo, hay épocas de relativa estabilidad en que las inercias permiten calcular tendencias relativamente cercanas a lo que finalmente ocurra. Por el contrario, hay otras, en las que la incertidumbre es tal, que la aventura de la predicción sea tan exacta como una lectura novata del tarot. Decimos incertidumbre, y no riesgo, porque este último se puede cuantificar (determinar la probabilidad de que algo ocurra), mientras en la incertidumbre no contamos ni siquiera con los elementos para calcular tal probabilidad.
Pongamos un ejemplo: Taiwán (China nacionalista) produce la mayoría de los semiconductores a nivel mundial. Los semiconductores, a su vez, son el corazón del cambio tecnológico. ¿Se imagina usted el impacto que podría tener el que ese país se convierta en la Ucrania de Asia? Evidentemente, esperamos que ello no ocurra, pero tampoco imaginábamos que se desatara la guerra abierta en Ucrania. ¿Cómo estimar los secretos políticos y militares de China, Europa y los Estados Unidos y, a partir de ellos, saber cómo afectaría al PIB, a la inflación o al empleo en México?
Lo mismo podríamos decir de los eventos asociados al cambio climático y, en general a la degradación ambiental del planeta, a los pesares e inconformidades mundiales derivados de la extrema concentración del ingreso y de la riqueza, a la intensificación de la violencia social, de las olas migratorias y la discriminación, de los movimientos ultranacionalistas, por no mencionar nuestros propios conflictos internos a nivel nacional o estatal.
Pese a ello, seguimos amando y necesitando las predicciones. Imaginar si habrá o no recesión, si en serio bajará la inflación, si habrá o no devaluación o si se generará suficiente empleo. Con los pocos, muy poquitos elementos que tenemos, podemos imaginar un futuro inmediato que le haga honor al año, que en 2023 nos vaya “dos, tres”. No se avizora a nivel nacional una situación catastrófica, menos aún con las ya próximas elecciones de 2024 en México y los Estados Unidos. Se procurará manejar los grandes problemas, para aplazar las decisiones estructurales (como en el caso de las dificultades financieras de la seguridad social), se utilizará el margen de maniobra financiera para evitar sobresaltos mayores en el corto plazo, se seguirán dando réditos inusualmente altos a los inversores en el sector financiero mexicano, no habrá recesión (aunque el crecimiento del producto apenas sea similar al de la población) y se tratará de seguir manteniendo un “peso fuerte” y altas reservas internacionales, pero nada está garantizado. En todo caso, el futuro no acaba en 2023. Más allá de él, y de las elecciones de 2024, la incertidumbre sigue mandando.
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jl/I