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Idolatría y polarización 

Hace algunas décadas, el filósofo alemán Max Horkheimer reflexionaba sobre la prohibición judía de pronunciar el nombre de Dios, y planteó que esto se debía a que “cualquier ser limitado –y la humanidad es limitada– que se considera como lo último, lo más elevado y único, se convierte en un ídolo hambriento de sacrificios sanguinarios, que tiene, además, la capacidad demoníaca de cambiar la identidad y de admitir en las cosas un sentido distinto”. 

Es decir, las personas, desde nuestra relatividad y finitud, vivimos en la incertidumbre, y eso nos causa mucha angustia, como ya lo mostraron en su momento otros filósofos como Fromm, Sartre y Camus, pero, en vez de abrazar la libertad que nos brinda vivir en la incertidumbre, en el no saber, buscamos algo que nos libere de esa situación, nos dé respuestas, y decida en nuestro lugar, y ante el alivio que experimentamos cuando algo o alguien más carga con el peso de nuestra libertad, le delegamos todas nuestras decisiones. 

El problema con esto es que al hacerlo le damos un carácter absoluto a lo que nos salvó de la angustia de vivir en libertad. Es decir, al renunciar a plantearnos preguntas, porque asumimos que ya tenemos la Respuesta, en ese momento se convierte en un ídolo, puesto que nos dedicamos a defender esa supuesta Respuesta contra cualquier persona o circunstancia que pueda poner en evidencia su relatividad, porque eso nos regresaría a vivir en la angustia. 

De ahí se sigue lo que ya hemos atestiguado en muchas ocasiones a lo largo de la historia: tratamos de destruir aquello que mina nuestra supuesta seguridad, si se considera que eso permitirá que la supuesta Respuesta siga ahí, presente, supuestamente iluminando nuestro camino. 

La reflexión de Horkheimer nos permite comprender por qué está tan enrarecido nuestro ambiente social. Es notorio que muchas personas han tomado como referencia absoluta a nuestro presidente, Andrés Manuel López Obrador, sea para ponerse a su favor o para ponerse en contra, pero finalmente es su referencia, y al hacerlo están dispuestos a sacrificar lo que sea, hasta el respeto a las demás personas. Afortunadamente no hemos llegado a la violencia física generalizada, pero tal vez no estemos lejos. 

Y esto no se refiere únicamente a cuestiones relacionadas con el liderazgo político, también lo podemos ver en quienes rechazan a los extranjeros pobres, o a quienes practican otra religión, o que quieren que los beneficios de nuestra economía se repartan de una manera distinta. Son muchas las supuestas Respuestas que guían nuestras vidas, y nos vuelven intolerantes. 

Con esto no quiero decir que no deberíamos tener convicciones y tratar de vivir conforme a las mismas, nada de eso. Pero sí recomiendo, como hace poco lo hizo el politólogo Fernando Dworak, que nos abramos a la posibilidad de que la otra persona pudiera tener razón en sus críticas, y que su perspectiva podría ayudarnos a corregir nuestro propio rumbo. Pero eso solo lo pueden hacer quienes no han absolutizado sus respuestas y sus apuestas. 

En otras palabras, aceptemos que no tenemos forma de saberlo todo, que nuestro conocimiento es finito, y que por eso necesitamos conjuntar distintos puntos de vista, para tener un mejor panorama de lo que ocurre, y tomar mejores decisiones. Esto implica, como también recomienda Dworak, que seamos responsables y revisemos la trayectoria de cada interlocutor, para determinar si su postura es auténtica, independientemente de que coincida con la nuestra, y tomar las cosas de quien vienen. 

Asumamos esforzadamente nuestra libertad, y no dejemos que el miedo nos vuelva idólatras. 

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Twitter: @albayardo

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