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Los López amparándose
Porque nos la quitaron
Pionero del arte abstracto en el país, las circunstancias biográficas le permitieron construir su perfil artístico lejos de México, donde predominaba la corriente nacionalista de la cual su obra terminó distanciándose, formando parte de lo que sería conocido como la Generación de la Ruptura.
Manuel Felguérez (Zacatecas, 1928), con 91 años cumplidos el 12 de diciembre, está rodeado de pinceles y de lienzos; “Siempre platico lo mismo, no me quiero repetir”, dice con una sonrisa.
Por eso narra su niñez en la Hacienda de San Agustín del Vergel: “Más o menos era media hora a caballo de la cabecera municipal. Me tocó vivir la época del agrarismo, de la expropiación de tierras. Los que trabajaban la hacienda les tocó defenderla. Había dos hileras de rifles parados y al toque de corneta, todos para arriba. Mi madre ponía colchones en las ventanas y nos tiraba abajo de la cama”.
Expropiadas las tierras de su padre, la familia viajó a la capital del país. Su padre vino a entrevistarse con las autoridades porque existían los bonos de la indemnización agraria. Como le habían quitado tierras, vino a ver qué conseguía. “Sin embargo, tuvo la de malas que, llegando, se enfermó y antes de un año se murió. A mi madre le dio mucho miedo regresar y ya nos quedamos aquí”.
De toda la hacienda otrora de la familia quedó una pequeña propiedad que se trabajaba con medieros; es decir, se hacía un contrato con la gente de ahí: “Nosotros ponemos la tierra, ustedes el trabajo, nosotros las semillas, era un arreglo de ese tipo. Cada año había que ir a pesar cuántas toneladas habían salido de maíz, trigo, lo que fuera”.
Nueve décadas de vivencias le han brindado la facilidad de narrar acontecimientos partiendo de un punto que podría parecer inverosímil, pero paulatinamente cae en el tema exacto del que quiere hablar, permitiendo entender con lujo de detalle contextos y génesis: “Cuando había terminado la prepa se me ocurrió irme al rancho, que se llamaba Providencia. Tuve un año y fracasé. Sembré olivos, pero no se dieron. Fui un desastre. Además, al mismo tiempo intenté pintar, pero había unas tolvaneras tremendas, o sea no pude ni pintar ni producir; fracaso total. Ya me regresé a México”.
Recuerda que, en aquel entonces, los pintores pertenecían a la Escuela Mexicana. “Era una escuela tremendamente nacionalista, que se apoyaba de los gobiernos y los gobiernos se apoyaban en ellos, que también eran nacionalistas y, entre comillas, revolucionarios. Necesitaban crear un arte nacionalista que correspondiera a su idea de gobierno, como pasó en muchos países: los nazis crearon el arte nacionalsocialista, los rusos crearon el realismo socialista… como que por épocas los países procuraban hacer un arte diferente”.
Piensa contar la anécdota con Jorge Ibargüengoitia –a quien conoció formando parte de los Scouts de México– cuando, navegando con los scouts, hizo él, Felguérez, un dibujo y le mencionó al escritor que ya era pintor… “Pero es que siempre cuento lo mismo… A partir de esa declaración tonta de que ya soy artista, que era como un chiste, fue cuando dije: ‘Bueno, sí, ¿pero ahora cómo aprendo?’, ¡pues entrando a la escuela! ¿Y aquí en México, dónde?, ¡pues en San Carlos!”.
Felguérez fue a esa escuela, “pero en ese momento yo entré como el grandote de la clase, lo cual fue muy molesto y, además de grandote, ¡presumido!, porque ya había visto la Capilla Sixtina, la Venus de Milo, varios museos de Europa; entonces se me hizo muy elemental la enseñanza y estuve dos meses”.
Recuerda que lo hicieron dibujar “un jarrito que no me salía hasta que me salió. Entonces dije: ¡a este paso a ver cuándo! Mejor me regreso a Europa, ¡como sea!, trabajando como pude me tardé dos años y regresé”.
Fue entonces cuando conoció a Ossip Zadkine. “Sin exagerar nada, fue uno de los dos o tres escultores cubistas más importantes. Tenía un taller y daba una clase donde recibía poca gente porque era un salón muy pequeño, casi todos extranjeros: ingleses, americanos, lo que fuera. No daba clase diario, sino que iba un lunes y ponía un modelo; era como una plática de cultura, se iba, nos dejaba trabajando y volvía
el sábado dos o tres horas y lo que habíamos hecho en barro en toda la semana llegaba a corregirlo: eso está mal, quítale aquí, ponle aquí… en eso consistía la clase”.
El principal aporte que le dio Zadkine fueron los conceptos del arte moderno, del cubismo; “estuve en un grupo internacional con los que platiqué e hice amigos; salí de ahí y encontré en el ambiente bastantes latinoamericanos de mi edad que también buscaban lo mismo; se forjaron colectivos, escuelas, corrientes. Esa fue mi formación. Me dio la apertura al arte moderno”.
Ossip era amigo de otro escultor más famoso que él: Constantin Brancusi; lo iba a visitar y le dejaba a Felguérez verlo trabajar. Así con otros; era el gran tiempo de Picasso, fue a una inauguración y fue la única vez que lo vio en un rincón rodeado de gente; por la timidez de ser joven, ni se le acercó, “nada más era como ver el monstruo ahí”.
Mientras en París el artista zacatecano vivía “en el mundo del arte moderno”, aquí lo único que existía era la Escuela Mexicana. Fue así como “los jóvenes de mi generación, y el apoyo de muchos de los que habían llegado, empezamos un arte diferente”: “En ese entonces éramos los jóvenes pintores. Después, con el tiempo, empezaron los críticos de arte a clasificarnos como Generación de la Ruptura. Me tocó ser uno de los iniciadores de la corriente por casualidad, no por intención”. Con información de Notimex
Actualmente, Manuel Felguérez tiene una retrospectiva en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC): Trayectorias, recinto al que donó 38 esculturas.
Sobre qué le gustaría que pasara con toda su obra, enfatizó que es de las personas que lo tienen resuelto; “lo que más me gustaría es que todo se hubiera vendido y que se pelearan por ella, pero ni va a pasar y ni lo voy a ver yo”.
Dice que ya lo tiene resuelto, porque en 1998 el gobernador priista Arturo Romo Gutiérrez “me recibió en la puerta, ni siquiera en la oficina”, y le dijo: “Quiero que hagas un museo…”. A lo que respondió: “¡Pero yo no tengo colección!”. “Pues a ver qué haces, pon tus cosas”.
Felguérez le preguntó en qué lugar… y le presentó a un miembro de su gabinete: “Fulano te va ayudar a encontrar casas. Y ahí andamos pensando en el museo. Me ayudó muchísimo Meche (Mercedes de Oteyza), mi esposa, porque cuando escogimos la casa, era la cárcel del siglo 19; ahí había estado el seminario consular.
Pensaron en hacer un museo de arte moderno, pero no podían porque no puede haber un museo de arte moderno en México que no tenga a Tamayo, y para tener un Tamayo, necesitaban tener un millón de pesos para un cuadro… y no lo tenían.
Fue entonces que decidieron dar un giro gracias a su esposa: “La idea fue de ella, dijo: ‘¿Por qué no un museo de arte abstracto?, todos son tus amigos’, y me gustó la idea”.
Lo que inició como una serie de solicitudes a diversos artistas para que prestaran su obra terminó en una constante donación de piezas. “Cuando iniciamos el museo pensamos hacer una colección permanente y, como era para amigos, Meche hablaba por teléfono; pero coincidían todos con el mismo chiste de: ‘Yo no te presto nada’, callaban un rato y decían luego: ‘Quiero donar’. Entonces empezaron las donaciones y ya cuando abrimos (el 8 de septiembre de 1998 ahí en lo que fuera la cárcel y luego el Seminario Consular en Zacatecas) el museo había ciento y pico de obras”. Notimex
FRASE
“Seguro ya no me va dar tiempo de vida para verlo acabado (la ampliación del museo), pero vamos a llegar a la primera piedra y ya está el terreno contiguo para poder poner muchas cosas que nos faltan en el actual”: Manuel Felguérez, Artista plástico
jl/I