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Los López amparándose
Porque nos la quitaron
Mientras continuaba el flujo de información sobre los resultados de las elecciones, la respuesta que ronda en el espacio público es quiénes ganaron. La atención de los candidatos, los partidos políticos, sus simpatizantes y millones de votantes se mantiene volcada desde el domingo en identificar triunfos y derrotas, en analizar los resultados y en centrar la mirada en el futuro inmediato de los que salieron avante en la contienda. En esa lógica se mueven sobre todo los grupos y fuerzas políticas.
Otra manera de observar y analizar el proceso electoral en México es no sólo centrarse en qué candidatos triunfaron, sino si los ciudadanos ganaron. Porque habrá que puntualizar lo obvio: los aspirantes que obtendrán un puesto de elección popular son unos, y los ciudadanos que solo votaron o no lo hicieron son otros. El primero podrá argumentar que es ciudadano, y sí, legalmente lo es. Sólo que ahora gobernará desde uno de los poderes; representará a un municipio, entidad o distrito, y ya no será el ciudadano promedio.
Cuando las miradas se posan en los que tienen asegurada una gubernatura, una presidencia municipal, una diputación federal o local, una sindicatura o una regiduría, regularmente queda fuera el enorme número integrado por los ciudadanos promedio, sea que hayan o no ejercido su derecho al voto. Los reflectores dejan fuera a quienes en las urnas avalaron a los candidatos que triunfan, y a los que no acudieron a sufragar.
Que tales o cuales candidatos obtengan un cargo de elección popular no significa que hayan ganado los ciudadanos. Que un partido político triunfe en tantos o cuantos distritos electorales, o que sea mayoría en tal Legislatura federal o local, no garantiza que la ciudadanía también ganó. Los objetivos de los gobernantes y representantes de la población no siempre coinciden. La clase política tradicional tiene sus propios intereses y lógica de poder, busca mantenerse en el cargo, piensa en su propio futuro y el de su grupo, y en muchos temas su agenda es distinta a la de la ciudadanía. Un ejemplo: que Movimiento Ciudadano sea mayoría en el Congreso local sirvió para, en diversos temas, representar otros intereses, no los ciudadanos.
El sistema político regularmente absorbe a los que un día prometieron algo y cuando llegan al cargo lo olvidan, lo niegan, lo escabullen o no pueden o no saben concretarlo. Lo hemos visto. La ambición por el poder es mala consejera, al ponerse en primer lugar el futuro funcionario. Lo vimos el domingo: aún seguían votando ciudadanos en la zona metropolitana tapatía y candidatos de uno y otro partido ya presumían su real o supuesto triunfo. Poco les importó el ciudadano; les importó más, sin respeto por los votantes, difundir que ganaron. Es demagogo el ganador que asegure que con su triunfo también ganan los ciudadanos.
No obstante, hay triunfos de los ciudadanos que poco se valoran. Que fueran a votar en tiempos de pandemia e inseguridad, que en muchos casos soportaran horas formados, y que casi un millón y medio de hombres y mujeres participaran en las mesas de casillas para recibir y contar los votos, y proteger la decisión colectiva, muestra a una ciudadanía activa, presente, poderosa. Y organismos electorales eficientes. Sin esa ordenada estructura, la democracia electoral no se sostendría. Fue patente el compromiso cívico y pacífico de quienes trabajaron gratuitamente el domingo.
En resumen: además de conocer quiénes triunfaron en los comicios, habrá que revisar y vigilar si eso significaría que los ciudadanos también ganaron. Recordemos que las decepciones atosigan a buena parte de la ciudadanía, la mitad de la cual ni a votar va. Los intereses ciudadanos están por encima de los que tengan quienes nos gobernarán o representarán.
Twiiter: @SergioRenedDios
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