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Un amante de los libros decide crear hace 19 años un taller de literatura y narrativa en una prisión cubana, por puro altruismo. Hace pocos meses, conoce a un editor español en una terraza de La Habana. Esta es la génesis de Cuadernos carcelarios, una colección de experiencias biográficas de prisioneros cubanos que revelan con naturalidad la idiosincrasia carcelaria en la Isla, historias reales y crudas que transitan entre el drama y el humor.
Todo nace de Ernesto Arcia y su taller de literatura en Combinado del Este, centro penitenciario de máxima seguridad cerca de La Habana. Este cubano de 39 años, que en la actualidad imparte también lecciones de poesía, lleva casi media vida ayudando a estimular el arte de leer y escribir a los presos, impartiendo clases a todos los que “deseen formarse”, sin distinciones.
A través del taller “muchos presos se han capacitado para cuando estén en libertad”, explica Arcia con orgullo desde el Malecón, escondido de oídos indiscretos y buscando un Internet decente, codiciado especialmente estos días en Cuba. “Algunos descubren un apetito escondido por aprender y acaban en la universidad”, añade.
Las historias humanas de gente con problemas y las duras condiciones de las cárceles cubanas son el eje principal de los relatos, pero para el director de Hurón Azul, la editorial española que publicó este libro el pasado julio, Nacho Rodríguez, quizá “el equilibrio entre lo que puedes hablar y lo que no” en la Cuba actual es el motivo central de estos.
Apenas hay información transparente sobre las prisiones cubanas. Se sabe que hay 200 centros penitenciarios en la isla; en Bélgica, con la una población casi calcada (11.4 millones), solamente hay 35. Además, Cuba es el quinto país con mayor población carcelaria del mundo en proporción a sus habitantes, según el estudio World Prison Brief, del Instituto de Crimen y Justicia de la Universidad de Londres de 2013. Cuba es de los pocos países donde actualizar desde entonces los datos no ha sido posible.
Las ilustraciones de Luis Trápaga, artista cubano residente en La Habana, acompañan vivamente a los relatos, pero también aportan un capítulo propio que narra una historia visual a través de los dibujos, una crítica ácida contra la represión y el sometimiento que titula el “decálogo de la Isla Prisión”. “Antes había que pedir permiso para salir de Cuba, y era una especie de cárcel en ese sentido”, comenta Trápaga. ¿Y hoy en día?
“Ha sido la pieza artística con la que mayor libertad (temática) he trabajado nunca, he podido dibujar lo que se me antojara”. Sin embargo, Luis desvela que “muchos de mis amigos artistas tienen problemas en la isla” y recuerda cómo también pasó un par de noches en el calabozo por “asistir a una performance en la Plaza de la Revolución. Aquello les pareció una ofensa”.
En otra de las historias del libro detalla la estancia en prisión de Pablo, un recluso que fue condenado a 40 años por matar a una vaca. El escritor cubano Jorge Carpio, que editó los relatos carcelarios, explica que esta sentencia es “una hipérbole, pero refleja con humor los castigos severos a los que se enfrentaban los presos por delitos comunes”, y añade que las penas por robar ganado eran durísimas en los primeros años de la revolución cubana.
FAMOSO
jl/I