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No estamos capacitados para prevenir el suicidio

En México, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), la tasa de suicidio es de 5.2 por cada 100 mil habitantes, la quinta causa de muerte en menores de 15 años. 

La depresión no es un problema superficial, no basta dar consejos ni consolar a una persona que se sumerge, cada día que pasa, en un mar profundo de angustia y soledad del que le es imposible salir por ella misma. Tenemos la responsabilidad social de prestar atención a este problema que se ha agudizado con la pandemia. 

Es importante generar conciencia en las familias para detectar y prevenir que casos de depresión terminen con la vida. Los psicólogos que analizan el contenido de las cartas de despedida de personas suicidas, señalan que “muchas veces expresan señales, pequeñas conductas o verbalizaciones, como expresiones de desesperanza o de un futuro muy negro, que no estamos entrenados para ver”. 

Las personas con alto riesgo son aquellas cuya vulnerabilidad se ve exponenciada por la falta de relaciones sólidas, o un sistema de creencias y valores personales en crisis o la carencia de estrategias de afrontamiento positivas. 

Sin duda, la pandemia ha sacudido la salud mental de la población y han aumentado las autolesiones e intentos de suicidio entre los jóvenes. 

La pandemia trajo a nuestras vidas una transformación de nuestros estilos de vida y un cambio de costumbres y hábitos. Los contagios, pérdidas y duelos han generado un deterioro emocional en nuestras familias. La pregunta que debemos hacemos es ¿cómo está afectando a nuestros niños y jóvenes? 

Para prevenir el cáncer de mama, el sistema de salud hace campañas de prevención, ayuda a que las mujeres se hagan autoexploraciones, pero no hay orientaciones ni capacitación a las familias para prevenir el suicidio. 

Los especialistas, maestros, educadores, sacerdotes y padres de familia, enfatizan la necesidad de centrar esfuerzos durante y en la postpandemia. 

El suicidio no es un acto irracional o instantáneo, generalmente conlleva un plan previo donde la persona valoró las opciones frente a su desesperación, por lo que las llamadas de auxilio o los signos de ideación suicida o bien de intento suicida deben ser atendidos y no minusvalorados, pues en ellos se encuentra la posibilidad de actuar con eficacia en la prevención del suicidio. 

Los estigmas sociales o los prejuicios solo aumentan las posibilidades de cometer el acto, por lo que, más allá de juzgar, de lo que se trata es de acoger al niño o joven en situación de depresión. 

Para la doctora Elizabeth de los Ríos Uriarte, “como sociedad, tenemos la obligación de velar por los otros, de cuidar al otro y de acompañarlo”. 

En este tema no hay lugar para la indiferencia o para la ignorancia. El suicido no es un acto individual con consecuencias igualmente individuales, sino que repercute en los demás, en las familias y en su entorno. 

Enfatiza la doctora De los Ríos que el suicidio es un acto social que debe llevar a preguntarnos “¿qué hicimos o no hicimos para que una persona se suicidara?”. 

La salud mental requiere vigilar y monitorear palabras, gestos, conductas y pensamientos de las personas que sabemos están en mayor riesgo. Una vida humana merece todos los esfuerzos por protegerla y sostenerla. 

Por la pandemia, estamos ante un problema de dimensiones mundiales, y si partimos de que todos estamos expuestos a padecer depresión y a que esta se pueda convertir, poco a poco, en una ideación suicida que termine en un suicidio, entonces debemos comprometernos a cuidar a aquellos que se encuentran en situación de mayor vulnerabilidad. 

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