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Un México violento
Porque nos la quitaron
La aparición de la variante ómicron del virus Covid-19 es un claro recordatorio de que las necesidades insatisfechas de una parte de la humanidad repercuten negativamente en el resto.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ya había advertido con oportunidad que la única manera de controlar la pandemia, y evitar las mutaciones naturales del virus, era vacunar a un porcentaje muy alto de toda la población mundial. Sin embargo, el pánico, que se tradujo en actos de egoísmo de parte de los países con más recursos económicos, provocó un acaparamiento de las vacunas, por lo que varios países quedaron al margen.
Esa marginación en la vacunación es, en buena medida, responsable de la aparición de tantas variantes del virus, y lo seguirá siendo en la medida en que siga habiendo sectores muy amplios de la población que no tengan acceso a las vacunas.
Ahora bien, el reparto y la aplicación de las vacunas es un proceso complejo, cuyo primer obstáculo fue la capacidad de fabricación de las mismas por parte de los laboratorios que acreditaron tener vacunas efectivas.
Esto es comprensible si tomamos en consideración que la población mundial oscila supera los 7 mil 900 millones de personas, y aunque en principio solo se vacunaría a las personas mayores de 18 años, es necesario considerar que algunas vacunas requieren de dos aplicaciones para ser efectivas, aunque varios países han comenzado a vacunar a su población adolescente y hasta la infantil. Como se ve, el reto de la fabricación y distribución de ese número de vacunas es muy grande.
Una manera de resolver esto sería, lógicamente, aumentar el número de laboratorios que las producen, pero existe un obstáculo: las vacunas están patentadas y, por lo tanto, solo los laboratorios trasnacionales que poseen las patentes las pueden producir y comercializar. Y esto ha provocado la marginación que comentaba: los grandes laboratorios se han concentrado en aumentar sus ganancias en medio de la pandemia, y por lo tanto ofrecen sus vacunas al mejor postor, los países más ricos, que han caído en absurdos como el de Canadá, que reservó vacunas suficientes para aplicarlas 10 veces a su población.
Como vemos, en situaciones de crisis como esta, la mano invisible del mercado no es eficiente, pues no asegura la distribución de los bienes de una manera adecuada, además de que propicia que el valor de la vida de las personas se equipare a la cantidad de dinero que tienen a su disposición, lo cual resulta claramente inaceptable, y peligroso, como lo comenté al inicio.
Todo lo anterior pese a que existen mecanismos internacionales que permiten suspender la exclusividad de las patentes en casos como el actual, pese a lo cual, parece que los grandes laboratorios farmacéuticos han logrado evitar que esa cláusula se aplique, como lo documentaron los periodistas Pierru, Stambach y Vernaudon en un reciente artículo publicado en Le Monde Diplomatique.
Lo peor del caso es que las patentes con las que ahora se enriquecen los laboratorios transnacionales fueron resultado de investigación financiada con recursos públicos, realizados por pequeñas empresas ligadas a universidades públicas, que después fueron adquiridas por los grandes laboratorios.
Algo está mal en nuestro sistema de creación y aprovechamiento del conocimiento, especialmente si el que se crea con financiamiento público contribuye a las aumentar las excluyentes ganancias de la industria privada que, adicionalmente no corre ningún riesgo, y eso impide garantizar a millones de personas su derecho a la salud y a la vida, mientras se pone en peligro al resto del mundo.
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