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Los López amparándose
Porque nos la quitaron
No cabe duda de que uno de los presidentes más legítimos que ha dado la historia de México es Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Su tenacidad –cercana a la obsesión– hizo que en su enésimo intento recogiera más votos que nadie en la historia del país.
El problema es que con ese enorme nivel de aceptación vino también un tsunami de expectativas. Era demasiado lo que AMLO había prometido: era tanto que su imaginario superó el poder que obtuvo.
Ser testigo de la evolución de sus mañaneras es un ejercicio lejano a los laicos de la 4T. Su redundancia nos aburrió a muchos muy pronto. No así a periódicos o analistas mal llamados “nacionales” (se autodenominan así porque imprimen sus ejemplares en la capital del país). Orgullosos de su visión geocéntrica, esos medios no atisban que lejos del Valle de Anáhuac exista una diversidad de conflictos, dilemas y miedos.
Esos medios “nacionales” siguen encantados por el canto de sirena del presidente. Críticos o fieles, la mayoría dejó que el tamiz de sus opiniones sea influenciado casi exclusivamente alrededor del mesías tropical. Se convirtieron en monologistas de López Obrador.
Insisto: es aburrido e irreal. Sus argumentos, sus descalificaciones, sus berrinches, sus necedades, sus bromas, todo en el primer mandatario es cíclico. Es el tío que te repite el mismo chiste cada vez que te ve.
Sin embargo, los medios “nacionales” siguen atentos a su centrifugadora discursiva.
El nuevo caso todos lo conocen: en su obtusa defensa por la honradez de su hijo, publicó supuestos ingresos económicos del comunicador Carlos Loret de Mola.
Calificativos han sobrado para reaccionar al respecto: el presidente mismo y quienes lo defienden (así es, aunque usted no lo crea hay quien defiende lo que dijo AMLO en un claro ictus mental masivo) tachan de golpeadores, conservadores y mercenarios a Loret y a aquellos medios que han dado seguimiento a la nota.
Los adoradores de la 4T olvidan voluntariamente las características de un conductor como Loret (quien nunca ha sido santo de la devoción de gremio periodístico): es la cara de las investigaciones que otros hacen, le filtran materiales por sus contactos –ello le ha metido en toda clase de polémicas–, inclusive dudo sinceramente que sepa hacer una solicitud de transparencia. Es un líder de opinión y un entrevistador asiduo. Es, desde luego, un comunicador muy exitoso. Hasta ahí.
Al final… es el mensajero del dato. Por lo que la desproporcionada reacción de AMLO debería provocar sonrojos hasta al más ácido obradorista.
Empero, la reacción de los medios de CDMX ante el acoso verbal del presidente contra Loret ha sido equivalente. Me llama la atención la cantidad de desplegados, las columnas, los cientos de minutos dedicados al tema cuando en paralelo se sumaron ya seis periodistas asesinados en México en lo que va del año. Ellos no han merecido campañas de descalificación ni un porcentaje mínimo de indignación de los consorcios “nacionales”.
Los homicidios de periodistas este año han sucedido en Baja California, en Oaxaca, en Veracruz. Aquí en Jalisco se repiten una y otra vez las ansias rudas de Alfaro contra la prensa crítica que han merecido descalificaciones de organismos internacionales en defensa de los derechos humanos y de los periodistas. Nada de esto provocó la ira de la grey opinadora capitalina.
No es momento para divisiones. Ya el periodismo de investigación tiene demasiadas amenazas (precarización, presiones oficiales, desvaloración, advertencias y violencia) para estar defendiendo más a uno (por más notable que sea) y olvidando a otros (por más alejados de la capital que se encuentren).
Ahora más que nunca todos los tipos de periodismo deben ser valorados porque la democracia y las libertades están en riesgo en todo el país.
Twitter: @cabanillas75
jl/I