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Miguel Ángel López Rocha

Con una afectuosa felicitación a don Pablo González Casanova, Comandante Contreras del EZLN, por sus 100 años de vida

 

Primero una aclaración: no suelo escribir sobre personas que no conozco. En esta ocasión y con todo respeto a la familia López Rocha, lo hago sin su consentimiento, dado el simbolismo que su hijo Miguel Ángel y su muerte han adquirido en el contexto de la guerra de exterminio que el capital y los gobiernos en México y Jalisco siguen desplegando sobre los pueblos de la barranca del río Santiago, entre otras vías, a través de los altísimos niveles de contaminación que se siguen permitiendo en este cuerpo de agua que hace alrededor de medio siglo aún era un potente generador de vida.

Con mayor énfasis a partir de este siglo, promesas de solución a esta problemática las han hecho todos los gobernantes de Jalisco y México de un partido y otro. Todos han llegado al poder afirmando saber y tener la solución y quizá sea cierto, porque sí hay solución, pero, hasta el momento, han decidido no aplicarla provocando que en estos pueblos no dejen de crecer, dramáticamente en las cabeceras municipales de El Salto y Juanacatlán, por un lado, la acumulación de capital y, por otro, consecuentemente, la enfermedad y la muerte.

Miguel Ángel López Rocha vivía en el fraccionamiento La Azucena, cerca de la cabecera municipal de El Salto. Uno de los cientos de fraccionamiento que el ayuntamiento sigue autorizando en ese municipio sin importarle los riesgos múltiples en que pone a sus habitantes, como las inundaciones frecuentes y las enfermedades que les puede ocasionar el vivir a escasos metros de uno de los ríos más contaminados del mundo.

Tan contaminado está el Santiago que desde hace décadas se le considera como un río muerto. Los ríos sanos producen vida. Este ya no es el caso. Su represamiento, junto con los materiales tóxicos que descargan en sus aguas los empresarios, muchos de ellos definidos como responsables ecológicamente, más los lixiviados de los vertederos, lo han convertido en su contrario, un productor de muerte. Pero esta acta de defunción ni la reconocen ni conmueve a ningún gobernante. Siguen creyendo que es una factura que los pueblos deben pagar para que el “desarrollo y el progreso” de los de arriba no se detenga.

Miguel Ángel tenía apenas 6 años cuando cayó accidentalmente en las aguas letales del río Santiago. Sucedió muy cerca de donde el gran canal de aguas contaminadas que proviene desde Las Juntas y va recabando los desechos de parte de la zona industrial de El Salto se conecta al río, matándolo. Si el río no estuviera contaminado, su caída no habría pasado del susto y un remojón; de la risa burlona de sus amiguitos y el regaño de su mamá. Tendría ahora 19 años. Estaría próximo a terminar alguna carrera universitaria o ya tendría algún empleo. Vaya usted a saber. Lo cierto es que esas posibilidades u otras fueron cortadas de tajo por la irresponsabilidad empresarial y estatal.

A pesar de las evidencias, antes y ahora los gobernantes siguen negando que la contaminación del río mata, que enferma y, por tanto, no hacen lo conducente. Es decir, limpiar y regenerar el río Santiago; evitar a toda costa las descargas en sus aguas de desechos industriales tóxicos y con ello reinaugurar las posibilidades para que en los pueblos de la barranca del río Santiago se vuelva a reproducir la vida de manera sana y digna. Por esta negligencia gubernamental y empresarial de 2008 a la fecha ha habido muchos otros Miguel Ángel que sin caer al río igual han perdido la vida o sufren de enfermedades diversas.

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jl/I