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Vivir en campaña permanente

Es verdad, han sido tres años de desgaste y hartazgo. Tras el triunfo en las urnas de Andrés Manuel López Obrador y desde el primer día de este sexenio presidencial, la pluralidad política que caracterizaba a nuestro país fue desbancada por dos sinergias que se impusieron en el escenario político nacional, en el discurso público y en el imaginario popular: la continuidad del proyecto del presidente o su derrota en las urnas en 2024. 

Al margen de esta pugna, nada existe, mucho menos una discusión seria sobre el rumbo y el futuro de México. 

Así la cosas, vivimos en una campaña electoral permanente, sin tregua y sin matices. Lo peor es que –salvo contadas excepciones– este ánimo de exclusión y hostilidad se ha adueñado de espacios y voces que han sido estratégicas para el desarrollo del país durante muchos años. Por ejemplo, las universidades, los académicos y los periodistas se han constituido en activistas –de un lado y del otro del espectro político–, sacrificando su papel de críticos responsables a cambio de jugar del lado correcto de la historia. En el fondo, lo que se ha impuesto en este trienio es una lucha por intereses particulares, no colectivos. 

Al frente se ve a los peones y alfiles que defienden a capa y espada la plaza, con posicionamientos, línea editorial y manifiestos, pero detrás de ellas y ellos están los dueños verdaderos de las empresas y las instituciones, definidos irreductiblemente por la relación que guardan con López Obrador y su llamada 4T. 

Esta disyuntiva ha permeado y definido también las acciones, discursos y estrategias de gobiernos, partidos, actores sociales y ciudadanos; todos, inmersos en las pequeñas batallas diarias que tarde o temprano desembocarán en la gran guerra de 2024. De esta manera, tal parece que las y los mexicanos tenemos puesta una atención desmedida en esa elección, como si de esta dependiera, exclusivamente, un futuro pletórico de bienestar y justicia. Pero si no sucedió en 2018 ni en 2012 ni en 2006, por qué habría de suceder en 2024. 

La masacre de civiles en algún poblado escondido del país, la quema de camiones de carga, los feminicidios, la contaminación de una playa, la tala clandestina o el incendio de algún bosque, la denuncia de un acto de corrupción, todo, es visto a través del cristal de la bipolaridad electoral que nos carcome día a día. Si la masacre fue en un estado gobernado por Morena entonces los de un lado denuncian que el proyecto de seguridad y el gobierno de López Obrador, en su totalidad, ha fracasado. 

Acto seguido decretan el fin del sexenio y convocan a la ciudadanía a derrocar al mal gobierno. Si, por el contrario, la matanza se presenta en algún estado gobernado por la oposición, entonces los del otro lado son los que señalarán a los narcogobiernos de los mismos de siempre, los que no pueden con la violencia que ellos mismos generaron, por lo que habrá que insistir y alertar a la gente sobre el peligro que corremos si regresan al poder. 

Una cosa nos debe quedar clara: en México la discusión pública no existe, fue sustituida por una campaña electoral permanente en la que todas y todos participamos, gritándonos, denunciándonos, acusándonos y señalándonos; sin embargo, en ésta, como en todas las campañas, no hay tiempo para la reflexión profunda sólo para la implementación de tácticas, maniobras y métodos que nos ayuden a aniquilar al adversario y ganar. 

¿Cómo estará el país con tres años más de campaña? Esa es la pregunta que deberíamos de plantearnos en este momento, justo a la mitad del camino, justo al medio tiempo de esta batalla entre bandos radicales que ya nos tiene hartos, exhaustos y encabronados. 

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jl/I