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Reflexiones de fin de año

Siendo la última columna del año, quiero agradecer a quienes han dado lectura a ésta y a otras de mis entregas semanales, y aprovecho para desearles unas felices fiestas en compañía de sus seres queridos.

Además, quiero compartirles mis reflexiones en torno a un asunto que me viene preocupando desde hace tiempo, pero que apenas me quedó más claro en las últimas semanas, referentes a la erosión tan acelerada que está padeciendo la democracia en todo el mundo.

Tengo claro que el auge de los gobiernos autoritarios, con la denominación y el signo político que tengan, tienen su origen en las promesas incumplidas de la democracia. Y aclaro que por autoritarismo me refiero, en general, a cualquier manera de gobernar que reconozca en los hechos que el líder nacional no tiene obligación de respetar ninguna ley, siempre y cuando lo que haga tenga la intención de cumplir sus promesas.

Y por democracia me refiero a un sistema en el que es posible emparejar las circunstancias para que todas las personas puedan participar en la discusión, diseño y construcción de un sistema político-económico que les permita resolver sus necesidades más básicas, disfrutar de sus derechos humanos, y de ejecutar el plan de vida que les resulte más adecuado. Y esto implica que debe haber reglas e instituciones igualmente válidas para todas las personas.

Desafortunadamente, en este momento no podemos decir que nuestros sistemas políticos estén cerca de lograr eso de una manera generalizada, y de hecho eso que actualmente llamamos democracia se comporta más bien como una plutocracia, en la que quienes más pueden influir en las decisiones públicas son las personas que poseen más dinero, el cual en muchos casos lo acumularon a partir de la explotación de las personas más pobres de cualquier parte del mundo.

Es claro que esta situación resulte irritante e indignante para una gran parte de la población, que no puede tolerar que su gobierno y algunos tecnócratas sigan pidiendo paciencia, con el pretexto de que en unas cuantas décadas más su situación seguramente mejorará.

Todo esto me hace evocar la inquietud que en 1951 experimentaba Harold Lasswell, quien veía con gran preocupación el desencanto que mucha gente sentía con la democracia por todo el mundo, por lo que se decidió a impulsar la creación de las ciencias políticas de la democracia, disciplina a la que ahora conocemos como políticas públicas.

La apuesta de Lasswell era “que las ciencias de políticas busquen aportar el conocimiento necesario para mejorar la práctica de la democracia. En una palabra, se pone todo el énfasis en las ciencias políticas de la democracia, cuya meta última es la realización de la dignidad humana en la teoría y en los hechos”.

Como se ve, el reto era y es muy grande, y como muestra podemos observar la polarización en tantos países, en los que el enfrentamiento entre quienes se sienten despojados y entre quienes no quieren renunciar a ningún privilegio, es tan grave que no permite que las voces que quieren mediar sean escuchadas. Y en ese contexto es sumamente complicado construir propuestas que apunten al bienestar general.

Ante eso me pregunto, ¿qué fue lo que pasó? ¿Por qué siete décadas después estamos enfrentando el mismo reto? ¿Qué dejamos de atender quienes nos dedicamos a las políticas públicas? ¿Qué podemos y debemos hacer para corregir esta situación? ¿Cómo vamos a integrar los conocimientos técnicos, científicos y sociales con los que contamos actualmente, para atender los reclamos de los sectores de la población que han quedado al margen del sistema construido en estos 70 años?

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Twitter: @albayardo

jl/I