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Tlaquepaque
Jueza
A propósito del encarcelamiento y liberación de Javier, Iván y José, los tres jóvenes universitarios acusados de despojo tras acampar 140 días en un predio particular bajo un proceso que, dicho sea de paso, genera más dudas que certezas, aprovecho este espacio para compartir una historia personal que viene mucho al caso.
A inicios de la década de 1990 fui representante estudiantil en la Universidad de Guadalajara. La vorágine de aquellos maravillosos años logró reunir a amigos y adversarios que conservo hasta el día de hoy –a algunos ya sólo en recuerdos–, y que marcaron un antes y un después en la historia política de nuestra universidad y de nuestro estado. En aquellos años de andanzas épicas en el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades conocí, en orden cronológico, a Clemente Castañeda, Alberto Uribe, Tomás Figueroa, Aristóteles Sandoval e Ismael del Toro, entre muchas y muchos otros jóvenes apasionados de la política y la vida pública.
Con algunas y algunos logramos coincidencias sustanciales y conformamos un movimiento estudiantil bajo la premisa de generar un auténtico espacio de expresión que no estuviera al alcance del poder establecido, lo que incluía actores políticos, gobiernos, partidos y el propio grupo que detentaba el poder en la Universidad de Guadalajara. Una encomienda sumamente complicada considerando la pluralidad que imperaba en las aulas de Estudios Políticos y de la Facultad de Derecho en aquellos años.
Sin embargo, a tiras y tirones, nació el Frente de Estudiantes Independientes (FEI), un grupo de jóvenes que, igual que ocurre con todas las generaciones, perseguíamos nuestros sueños y anhelos montados en el carro de la razón poética, la irreverencia y el desafío al poder establecido.
En 1994 tuve la fortuna de ser electo como presidente de la entonces Facultad de Estudios Políticos, Internacionales y de Gobierno, a través de un proceso electoral organizado por las y los estudiantes que nos oponíamos a reconocer a la recién creada e impuesta Federación de Estudiantes Universitarios, la agrupación que sustituyó a la violenta Federación de Estudiantes de Guadalajara, y que desde entonces se ha mantenido como la organización hegemónica dentro de la universidad.
Para entonces nuestro Frente de Estudiantes Independientes había alcanzado triunfos importantes a nivel de facultades, divisiones y el propio Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, lo que nos permitió tener representación en el Consejo General Universitario. A estas alturas el movimiento independiente había llamado la atención no sólo de medios de comunicación, empresarios y políticos, sino también del llamado “sanedrín” universitario. Las presiones y amenazas comenzaron a recrudecerse y el FEI, lógicamente, se comenzó a diluir.
La moraleja de esta historia personal es simple, pero no menos importante: los estudiantes de cualquier universidad pública deben mantenerse independientes del poder central para tener capacidad de negociar con él. La lógica es muy clara, es imposible que la lealtad personal vaya en un sentido y la lealtad institucional por otro. En términos normativos, un líder estudiantil no podría pertenecer al grupo político que domina a la institución cuando su encomienda única es velar por los intereses de sus iguales y no de los de las autoridades y cúpulas.
Concluyo afirmando algo que incomodará a más de alguno: la FEU siempre ha sido un espacio de control estudiantil no de representación. Los tres chavos detenidos y liberados el martes pasado, más allá de las absurdas razones de su aprehensión, no son mártires de la democracia ni unos estudiantes cualesquiera. Son piezas en un tablero de estrategia política, actores formales que juegan dentro de un espacio cerrado y controlado por una lógica de premios, privilegios y castigos.
La realidad no me deja mentir. Las y los ex líderes de la FEU, algunos más que otros, se han dejado seducir por el poder que la propia institución les ofrece y que va desde becas en el extranjero hasta importantes espacios políticos y administrativos dentro de la propia institución. En la lógica de la hegemonía priista de la década de 1970, la FEU y sus cuadros serían uno más de los sectores del partido, aquellos que hacían como que representaban a sus agremiados a cambio de privilegios y dádivas.
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jl/I