Como educador casi nunca se entera uno de los efectos que produjo en los estudiantes lo que se dijo o enseñó en clase. Carlos Manzo, el del sombrero, cursó durante su paso por la licenciatura de políticas y gestión pública la asignatura de Paz, Conflictos y Democracia que me tocaba impartir en el ITESO. Entre las ideas que se discutían en el aula, además de entender la función constructiva que desempeñan los conflictos en las interacciones sociales, buscábamos esclarecer las diferencias entre las paces negativa, positiva e imperfecta.
La paz negativa, se aclaraba, son propuestas para frenar las violencias, restablecer el orden o resolver conflictos mediante estrategias de seguridad diseñadas y ejecutadas por militares, policías o fuerzas del orden; es decir, formas de controlar desde afuera y desde arriba a los grupos sociales a quienes solo corresponde callar y someterse. Es “la paz de los sepulcros” que nada o poco tiene de democrática. Paz positiva, por su parte, es aquella que buscan las personas cuando persiguen su tranquilidad, bienestar y seguridad para que reine la armonía y logremos vivir como hermanos. Es el “idealismo de una paz perpetua”. Sin embargo, “seguridad” no es sinónimo de paz, ni la paz es solo una utopía.
Alejándose de perspectivas dicotómicas, la paz imperfecta invita a actuar desde un pensamiento complejo para entender que las paces y violencias conviven de manera contradictoria y complementaria en la vida cotidiana. Sostiene que ahí, donde reinan el desprecio y la enemistad, siempre surgen voces que enarbolan otros valores, que los seres humanos no somos ni violentos ni pacíficos por naturaleza, que en el transcurrir de la historia hemos vivido muchos más momentos de concordia que de beligerancia y que contamos con capacidades para la convivencia y el entendimiento.
Se plantea como “imperfecta” porque toma en cuenta los claroscuros de los que está hecha la realidad, la condición imperfecta inherente a todo lo humano, el aprendizaje permanente que debemos adquirir para ser, tener, hacer o estar en el mundo. Es un enfoque pragmático y realista que reconoce los saberes y prácticas con los que se hace la paz en el día a día, los proyectos de desarrollo donde se ejerce el poder ciudadano y se favorece el diálogo para imaginar y construir encuentros transformadores entre seres humanos.
En tanto categoría analítica, la paz imperfecta permite documentar las acciones que se han llevado a cabo en su nombre, lo que se ha dicho y escrito sobre ella en diferentes momentos, las formas como se utilizan las herramientas que sirven para regular las divergencias (negociación, mediación, arbitraje, conciliación, reconciliación, pactos, acuerdos, diplomacia...).
Nunca sabremos si las ideas discutidas en aquel curso incidieron o no en el quehacer político y la gestión pública de Carlos. Sin embargo, escuchando los testimonios de quienes lo rodearon en los últimos años se referían a él como un político solidario, congruente, honesto y comprometido, a pesar de las amenazas que tenía en su contra. Puedo afirmar entonces que Carlos Manzo fue un auténtico constructor de paz imperfecta en su Uruapan querido y en todo México.
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