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La guerra es atractiva (para quienes no la conocen)

Frente a los innumerables conflictos armados desatados en el mundo (Israel-Gaza, EUA-Irán, Ucrania-Rusia, Taiwán-China…), que evidencian la ineficacia del Consejo de Seguridad y de los Acuerdos de Ginebra, vale la pena regresar al pensamiento de los clásicos para vislumbrar alternativas.

Erasmo de Rotterdam (1469-1536), padre del irenismo moderno que vivió las tensiones sociopolíticas que desembocaron en la Reforma protestante, expresaba en sus escritos una profunda filosofía sobre la grandeza y miseria de la condición humana. En su Elogio de la locura (libro satírico dedicado a Tomás Moro donde la propia locura es quien toma la palabra) criticaba la corrupción de la iglesia, la pedantería de los intelectuales y la vanidad de los poderosos; distinguiendo entre aquella locura que conduce a la destrucción por exceso o carencia de racionalidad, de esa otra que proporciona seguridad en uno mismo y sentido de vida. Entendía que la mejor manera de ser sabio es hacerse loco, pues la locura ha sido y continúa siendo una potente energía civilizatoria dado el carácter transformador que conlleva. La historia, afirmaba Erasmo, es la narración de esas locuras.

Respecto de las guerras que se daban entre los países europeos, el sacerdote holandés puntualizaba: los animales no pelean entre sí, no están hechos para exterminarse mutuamente, luchan con sus propias armas y no se enfrentan por cualquier motivo como nosotros. Agredirse con armas es propio de la insensatez humana. En la guerra se imponen los peores hábitos, se provocan múltiples daños, naufraga todo lo valioso que hemos construido. Cuando impera la guerra, las leyes enmudecen. La peste moral desatada por las guerras tarda años en revertirse. Las guerras responden más al interés de los príncipes que al de los pueblos. La mayor parte de la gente detesta las guerras, solo unos cuantos son quienes las desean. Prepararse para la guerra ha sido la estrategia para conseguir la paz. ¡Vaya estupidez! Una contienda digna de hombres racionales se libra con discursos, no con armas, porque sólo a los humanos se le ha concedido la facultad racional. Todos los hombres poseen en común las semillas del saber y las virtudes que debemos cultivar.

La paz es fundamentalmente ciudades bien construidas, campos bien cultivados, sociedades honestas. No hay paz en una nación si el pueblo solo obedece a los que mandan. Si surgen desacuerdos entre gobernantes es posible recurrir a la diplomacia o al arbitraje. Gobernantes, clérigos, intelectuales… deben unirse contra la guerra (como lo han hecho estudiantes universitarios), exigir que silencien las armas, alabar e inculcar la paz (como el que está impulsa la Red Nacional por la Paz). La paz comienza cuando sinceramente queremos conseguirla.

Aunque han cambiado las formas de hacer la guerra, las estructuras y la organización de los ejércitos, la potencia destructiva de las armas o sus efectos sobre la población civil, las ideas de fondo sobre la guerra y paz siguen intactas. Si queremos construir paz debemos comprenderla en su complejidad y proclamarla a los cuatro vientos (aunque a los ojos del mundo parezca una locura).

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jl/I