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Un millón

Un millón de especies están en peligro de extinción, según el más reciente reporte sobre biodiversidad de la ONU, en el que participaron académicos de todo el mundo, incluyendo a la ecóloga mexicana Patricia Balvanera, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), estudiosa de la reserva de la biósfera Chamela-Cuixmala, auténtica joya natural de Jalisco.

Por décadas, hemos escuchado muchas advertencias sobre ese nebuloso concepto que es el cambio climático, así como amenazas sobre la extinción de animales y plantas que parecen muy lejanas. Las imágenes de osos polares enfrentándose al deshielo se han vuelto un lugar común. Los escenarios apocalípticos y la urgencia de implementar medidas drásticas no son nada nuevo, pero parece que la mayoría de las personas seguimos sin dimensionar la magnitud de la posible debacle.

La conclusión del reporte es que la amenaza sobre la pérdida de biodiversidad es mayor que en ningún punto de la historia humana. Pero lo más importante, además de la crueldad que significa la exterminación de tantas especies, es que en realidad es autodestrucción. No sólo están en riesgo los corales o las abejas, está en riesgo nuestro modelo de vida: nuestro acceso a comida y agua.

Los causantes de la pérdida son los sospechosos habituales: en primer lugar, están las actividades agropecuarias y el extractivismo de recursos naturales para satisfacer a una población que no para de crecer y aumentar su consumo per cápita.

En segundo lugar están la explotación de las especies, después el cambio climático seguido por la contaminación y la introducción de especies invasivas en ecosistemas naturales.

La capacidad de transformación de la agricultura es sorprendente. Esa invención humana que nos permitió pasar de nómadas a sedentarios ahora podría detonar nuestra extinción.

Lo anterior no es, de ninguna manera, un ataque a las personas que viven del sector primario. Al contrario, la población rural es la principal víctima humana del hambre insaciable de la sociedad del consumo industrial.

En poco más de un siglo, la abundancia promedio de plantas, animales e insectos nativos ha disminuido 20 por ciento. Los hábitats naturales han sido devorados por cultivos o por la mancha humana y los océanos están sobreexplotados. Casi toda el agua dulce se emplea en la agricultura o la ganadería.

Lo único que nos queda es tomar acciones para exigir a nuestros gobernantes que ésta no sea una advertencia más que cae en oídos sordos.

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JJ/i