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Entre la tierra prometida y el realismo mágico

La alteración de la realidad con acciones fantásticas es la característica principal del realismo mágico, ya que son narradas en un modo realista, dando por sentado la aceptación de estos hechos como reales y verdaderos, tanto para el protagonista como para las audiencias.

El mandatario describió un país “con estado de derecho pleno”, con “desarrollo, bienestar y mejor distribución del ingreso” y en el que “ya no hay tortura y el Estado dejó de ser el principal violador de los derechos humanos”.

La narrativa del presidente de la República es muy poderosa, con capacidad de ofrecer ilusiones, identificando al mismo tiempo a los enemigos reales y potenciales del sueño igualitario, justo, democrático, pacífico y próspero que ilumina el proyecto de cambio de régimen propuesto por la Divina Cuarta Transformación.

En el Informe de Gobierno del presidente, en vez del sermón mañanero nos dio una misa laica, con la predicación de que México ya está llegando a la Tierra Prometida.

Sobre los primeros nueve meses de su administración, utilizó 90 minutos para elogiar las decisiones y sus resultados. El reconocimiento a los problemas que enfrenta su gobierno fue casi inexistente, y sólo dedicó tres minutos para hablar del pecado social de la inseguridad pública y de la violencia.

El realismo mágico se hizo presente en el informe presentando descripciones detalladas que incluyen sentimientos personales, imaginario popular, mezclados con datos históricos. Rompió paradigmas en su informe de gobierno, pues es el primero según la ley, y el tercero según la Presidencia.

El tono y las frases de su discurso contrastaron con la solemnidad histórica de los mensajes presidenciales. Con este informe, México deja de ser una República laica, democrática y se vuelve la tierra prometida.

En su narrativa habla como se habla en la calle e interactúa místicamente con el pueblo, otorgándole el rango de asesor fundamental.

Los rostros en el patio de honor del Palacio Nacional variaban en sus reacciones a las palabras del presidente. No era igual la cara de incredulidad y seriedad del presidente de la CNDH, Luis Raúl González Pérez, cuando se dijo que en México el Estado ya no viola los derechos humanos, se protege a periodistas y defensores civiles y se respeta la autonomía de la comisión. Los generales y almirantes escuchaban contentos los elogios presidenciales a los militares que “son pueblo uniformado y pueblo que cuida al pueblo”.

Fue un discurso no de un presidente, sino de un guía espiritual de una secta religiosa. Un informe que discrepa de los dichos y de los hechos. Quien desmienta al presidente, se vuelve un apóstata que no puede entrar a la tierra prometida de la cuarta transformación.

Lo que lastima de ese sueño de país presentado en el primer informe es que habla como si el país que describe existiera gracias a sus deseos: crea con palabras una realidad que lo contradice. Con un imaginario de palabras que no se pueden negar, porque la contradicción es propia de los conservadores, los neoliberales y los enemigos. Y que reclama, en consecuencia, la obediencia total. La del país de un solo hombre, donde no importa informar o medir, sino hincarse ante el dedo que todo lo ilumina.

Preocupa que el andamiaje de la democracia le estorba en la construcción del país que quiere; ciertamente está separando el poder político del poder económico, pero los une de otra manera.

Todos queremos vivir en el país que describe el presidente en su informe. Pero construirlo de verdad: no por las palabras que pronuncia una sola persona, sino por el esfuerzo y las palabras verdaderas de todos.

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JJ/I