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La perpetuación de la pandemia

Lo peor de la pandemia era que crecía la masa de gente que no creía en ella y se multiplicaban los contagios. Por semanas, las personas habían seguido más o menos las indicaciones de sus gobernantes para evitar que el virus se esparciera de manera generalizada, pero llegó un momento en que empezaron a convencerse de que todo era un montaje, un elaborado cuento para ejercer el control sobre las masas.

El entonces gobernador de aquella región llamó pendejos a los habitantes, pero aprovechó la oportunidad de su desobediencia para concentrar más poder en su cargo y convertirse en un sátrapa despiadado que actuaba sin consideración alguna de las recomendaciones que le hacían los organismos de contrapeso.

Aprovechó la emergencia y el caos para adelantar el congreso constituyente que había convocado desde su elección. Declaró la independencia de su región y se convirtió en el primer presidente, con la calidad de vitalicio gracias al consentimiento del congreso, que tenía en la bolsa con la mayoría de los legisladores de su parte.

No necesitó disolver los poderes para afianzarse de manera suprema como jefe absoluto del gobierno central porque había vacantes suficientes en el poder judicial para aprovecharse de ello y, con la gestión del congreso, nombrar figuras favorables en las magistraturas que tuvieran la capacidad de construir una mayoría aplastante en caso de necesitar decisiones a modo.

El gobierno federal, sumido en la ruina que su presidente había permitido con su falta de decisión ante las etapas más críticas de la pandemia, no pudo oponerse a la independencia e incluso tuvo que conceder algunas condiciones ventajosas para el gobernador sublevado.

Fue astuto porque a nivel internacional negoció con gobiernos que se verían beneficiados con la debilidad de una nación dividida y le reconocieron como presidente legítimo del nuevo estado nación, sin necesidad de convocar a elecciones. Todo por causa de fuerza mayor, derivado de la emergencia.

El virus fue más mortal de lo que se había previsto porque las personas que ya habían sido contagiadas no desarrollaron anticuerpos suficientes para darles inmunidad y quedaban expuestas igual que la primera vez. Se convirtió en una enfermedad oportunista con una letalidad fulminante cuando atacaba a una persona con bajas defensas y la población fue mermando.

La oposición que llegó a haber respecto al nuevo país y al nuevo gobierno se diluyó ante las posibilidades de detenciones de cualquier grupo de personas congregadas y limitados por toques de queda, puestos de control y revisión en las vialidades y carreteras, inspecciones aleatorias de transeúntes, intervenciones en equipos de comunicaciones.

El sátrapa logró justificar que sus adversarios se valían de medios digitales para lanzar ataques y obtuvo órdenes judiciales para hackear computadoras y teléfonos de quien quisiera.

La resistencia era conformada principalmente por escépticos del virus, que veían robustecidas sus teorías conspiratorias cuanto más poder lograba concentrar el gobernante. Todos quienes conocían la cada vez más rápida propagación del virus a una población debilitada debían capitular en cualquier crítica al gobierno, porque llamar a una sublevación ponía en riesgo cientos de miles de vidas por cada ola de contagio.

El resto del mundo fue normalizando sus actividades un poco. No igual que antes de los primeros meses de contagios de la pandemia, pero sí adaptándose a una nueva cotidianidad.

El gobierno de esa región también se adaptó y usó el virus como mecanismo de control en lo ideológico, pero también infectando directamente a opositores como arma biológica para la perpetuación del régimen.

Twitter: @levario_j

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