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Acostumbrarnos a la narrativa, no a la pandemia

El desarrollo de la pandemia en nuestro país sigue con un ritmo acelerado y creciente. Sin embargo, la reapertura de zonas de la economía nacional, a partir del 15 de junio, se desarrolló contra muchos pronósticos que urgen sobre la necesidad de organizar y estructurar un verdadero plan de emergencia económica y de salud. En este punto, la totalmente inestable narrativa del portavoz del comité para abordar la contingencia, el doctor Hugo López-Gatell, no ha tenido ni la constancia ni la efectividad que se requiere. 

La evidente falta de coordinación entre las diferentes instancias de abordaje del problema manda mensajes sin sentido ni orden; por ejemplo, la Secretaría de Hacienda, con un silencio desconcertante en la medida en que su función y presencia tienen el mismo peso y relevancia que la del subsecretario de Salud. La Secretaría de Economía, que se ha concentrado en emitir mensajes y algunas acciones que no están conectadas con una estrategia global. Ambas dependencias no muestran coordinación y menos estructura, frente al reto de la entrada en vigor del renovado Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Canadá y México, que comenzará sus funciones en ocho días, a partir del 1 de julio. 

El peso y la trascendencia del TMEC constituye una de las apuestas del actual gobierno federal, frente a los desastrosos resultados del manejo de las políticas económicas mexicanas de 2019 que, antes de la pandemia, se consideraban como el factor de arranque de la economía. La defensa que ha tenido el TMEC constituye una interesante paradoja ideológica cuando se sostiene que el neoliberalismo, es decir, que el capitalismo emanado de esa estructura funja como el motor principal de desarrollo en el que se apoya la perspectiva de crecimiento económico de México. 

Los signos enviados por nuestro país hacia el extranjero han minado considerablemente la confianza de los inversionistas. La consultora Kearney dejó a nuestro país fuera de los países con atractivos para inversión frente a las erráticas decisiones de política económica y a la falta de confianza mínima en el sostenimiento de proyectos de corto, mediano y largo plazo, merced de las decisiones inestables de las políticas mexicanas. 

Por otra parte, la presión del gobierno norteamericano para restablecer las cadenas de producción, surge, evidentemente, de una realidad específica de la economía estadounidense que súbitamente se confrontó con que el relanzamiento de zonas económicas estratégicas implica la intervención de industrias mexicanas en la cadena de suministros; en consecuencia, la presión se orientó hacia nuestro país por las necesidades de reactivación norteamericana. 

La línea de transformación inexplicable de semáforos de rojos a naranjas en el país no tiene un fundamento médico, sino funcionalmente el seguimiento incondicional de la reapertura productiva norteamericana. En una semana, la transformación epidemiológica se estableció a partir de una argumentación política y no médica o biológica y, sin argumentos biológicos, cambiamos de rojo a naranja.  

El reto del país es enorme. La pérdida de empleos, la desaparición desmesurada de espacios de trabajo, no se ha visto reflejada en políticas económicas de apoyo a las empresas y el empleo que busquen sostener las cadenas de consumo con la estabilidad que se requiere. Los grandes proyectos de esta administración no se han movido en razón de las contingencias. Al contrario, el relanzamiento de los polémicos proyectos, como la refinería Dos Bocas o el aeropuerto de Santa Lucía o el tren maya, que han sido factores para la pérdida de credibilidad financiera internacional, continúan vigentes. Acostumbrarnos a una narrativa médica inestable ha empañado una realidad en la que vivimos, seguimos en el incremento de la curva del Covid-19. 

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