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El cansancio de muchos mexicanos

El país está cansado. Su gente, la mayoría, está cansada. Del cansancio que salta al hartazón. Cansancio que viene de años atrás. ¿Cansados de qué? De un cansancio que agudizó la reclusión voluntaria o encierro en los hogares por semanas o meses y lo que falte para capotear la pandemia del coronavirus. De no poder abrazar y/o besar a quienes están cercanos o lejanos a causa del mismo Covid-19. De las expresiones amorosas acotadas por la distancia. De las malas nuevas que anuncian lutos, sobre un conocido, un amigo, un vecino o un familiar que murió a causa del mortal virus. De la muerte que ronda y lastima. 

Cansancio de la incertidumbre laboral; de haber sido víctima de un despido, con liquidaciones miserables, o de permanecer en el empleo con medio sueldo con la premonición de que en cualquier rato se les dirá adiós. La pandemia es, diríamos, clasista: los que tienen mansiones y chequeras abultadas simplemente se aislaron en la comodidad y el lujo. En cambio, los que tenían apenas algún ahorro, ya lo gastaron. Los que viven al día, la mitad de la población, salen de sus casas a sobrevivir. Ningún virus detiene el hambre. 

Cansados de la inseguridad pública. De los riesgos al salir a la calle de noche, abrir la puerta a desconocidos, conducir en avenidas oscuras, contestar llamadas telefónicas de extraños; de estar al pendiente de a qué horas regresan el esposo o los hijos y no resulten víctimas de un secuestro o una desaparición; de la rabia por los crecientes feminicidios; de las tiendas de autoservicio cerradas porque las acaban de asaltar. De levantar rejas con puntas afiladas y pensar en adquirir un arma para hacer frente a quienes intenten ingresar al hogar. La lista de prevenciones y miedos crece y crece, tanto como la impunidad. 

Cansancio de los pleitos entre los partidos políticos, del ring cotidiano en que están el presidente y sus adversarios; de quienes como en Jalisco difunden campañas de desprestigio y acoso; de oídos sordos y ambiciones de poder encarnadas en falsos samaritanos políticos; de los pensamientos dicotómicos; de los que pronto pedirán votos prometiendo paraísos y soluciones incumplidas cuando gobernaron; de redes inquisitoriales que destilan discursos de odio, de violencia disfrazada de argumentos o debate. Sobran ejemplos. 

Cansancio de malas noticias, de atiborramiento que sólo da cuenta de lo pésimo y olvida narrar logros individuales y colectivos de comunidades, pueblos o regiones. Con excepciones, naufragamos en información que nada o poco cuenta los esfuerzos de paz, los actos de solidaridad, la fe inquebrantable; los héroes y heroínas que, por ejemplo, laboran en hospitales, surcan la tierra, pizcan en condiciones inhumanas, cuidan bosques, arriesgan la vida al enfrentar a la delincuencia. Todos en el anonimato. De información centrada en el estiércol dejando fuera escenarios posibles de transitar como mexicanos. Cuando el país tiene enormes claros, cultura, arte, tradiciones, talentos y bellezas en ramilletes multicolores. 

Cansancio ante los crecientes problemas de salud mental. Depresión que desbarranca, ansiedad endiablada, estima tronada, miedos que conducen a suicidios, violencia intrafamiliar, pérdida de sentido de la vida… Millones atrapados en un sistema culpógeno que ahoga, espolia y crucifica. Tenemos derecho al cansancio frente a una realidad que puede desquiciar; al cansancio saludable que fortifica para atravesar infiernos. 

Cansancio que ilumina a quienes han hecho de la rebeldía con inteligencia, pacífica, enérgica, alegre y creativa, una forma de salir adelante como sociedad. De soñar y actuar cuando el mundo se cae. Cuando nuestra casa nos necesita, cuando necesitamos a nuestra casa. 

Twitter: @SergioRenedDios

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