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¿De quién es la democracia?

“El PRI cayó. Después de 71 años de gobernar México, el partido oficial fue derrotado en las elecciones federales de ayer por Vicente Fox, candidato de la Alianza por el Cambio”. Esta fue la entrada de la noticia que me tocó redactar el 2 de julio del 2000. No podía creerlo. Como ciudadano y como periodista había visto la manera de operar de los mapaches priistas. Desde el robo e incendio de urnas, la compra de votos, las urnas embarazadas, el ratón loco o la operación carrusel, hasta el “fraude patriótico” y la caída del sistema. 

Han pasado 20 años desde aquel día. Y pasaron ya dos del triunfo de Andrés Manuel López Obrador. La semana pasada ambos aniversarios desataron discusiones sobre el origen de la democracia en México. La historia es larga. El político y escritor José Paoli Bolio afirma en su libro La transición incompleta (2006) que es un proceso bicentenario. 

A partir del tercer decenio del siglo pasado el PRI se consolidó como un partido de Estado antidemocrático. Durante ese tiempo miles de ciudadanos del país empujaron desde las más diversas trincheras procesos para abrir espacios. La lucha fue reprimida desde el gobierno. Ejemplos sobran. Este es uno que recuperan Julia Preston y Samuel Dillon en El despertar de México. Luis H. Álvarez era candidato a la presidencia por el PAN en 1958. En una gira a Tonila, Jalisco, “el cacique local, Emilio Alonso Díaz, se acercó a él empuñando un revólver calibre 45 y acompañado de secuaces con máuseres. Luego de recibir una retahíla de insultos, Álvarez se identificó y le pidió a aquel que se tranquilizara. Pero Alonso le gritó: ‘¡Acérquese más y lo quemo!’, mientras sus matones prendían a dos asistentes del candidato, a quienes trasladaron a la prisión junto con el joven panista y su madre (…) Al volver con sus pistoleros a la plaza para dispersar a la gente, Alonso rugió: ‘Nosotros somos gobierno y no dejamos que venga a nadie de fuera a hacer ofensa a las autoridades’”. 

El Partido Comunista estuvo prohibido hasta 1977. Cientos de activistas de derecha e izquierda fueron encarcelados. Francisco Xavier Ovando y Román Gil, colaboradores de Cuauhtémoc Cárdenas, fueron asesinados días antes de las elecciones de 1988 en las que el entonces secretario de Gobernación, Manuel Barttlet, hoy uno de los más cercanos colaboradores de López Obrador, operó el fraude electoral que permitió la llegada al poder del Carlos Salinas de Gortari en cuyo sexenio decenas de militantes del Partido de la Revolución Democrática fueron víctimas de homicidio. 

Al mismo tiempo, miles de personas de las más diversas tendencias impulsaban la democracia. Casos emblemáticos fueron la lucha por la defensa del voto en San Luis Potosí y en Chihuahua, o los movimientos para la observación electoral y el impulso a la participación ciudadana en organismos electorales, entre muchos otros. 

En 1946 el PRI reconoció su primera derrota en un municipio; en 1989 perdió la primera gubernatura; en 1997, la mayoría en la Cámara de Diputados, y en el 2000, la Presidencia. En 1955 las mujeres votaron por primera vez. 

El impulso a la democracia en México ha sido un proceso histórico labrado por miles de ciudadanos de izquierda, de derecha, militantes y apartidistas; por algunos políticos, empresarios, periodistas y organizaciones de la sociedad civil. Nadie puede atribuirse su paternidad. Su consolidación y defensa es un proceso colectivo y plural. 

Concluyo con la introducción del libro de Paoli escrito hace ya 14 años: “Hemos alcanzado un débil estadio democrático que a todas luces es indispensable consolidar. Y eso supone que debemos definir y construir, con una amplia aceptación social y de las fuerzas políticas, las nuevas formas con las que debe gobernarse la República durante el siglo 21. Si esta consolidación no se logra en la primera década de este siglo que empieza, podemos tener serias regresiones”. 

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