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Vengándose en los impuestos
Y el sarampión avanza
Los sacerdotes son pastores que no dejan a sus ovejas, y son incómodos tanto para las autoridades civiles como para las estructuras del crimen organizado por guiar a las comunidades por caminos de una vida digna.
El sacerdote franciscano Juan Antonio Orozco Alvarado, del clero de la Prelatura del Nayar, de la Provincia Eclesiástica de Guadalajara, fue asesinado el sábado 12 de junio cuando se dirigía a celebrar la eucaristía en la comunidad tepehuana Pajaritos. El hecho sucedió durante la mañana, cerca del poblado de Canoas, en los límites de los estados de Durango y Zacatecas.
Su cuerpo quedó a un lado de la camioneta que conducía, la cual ostenta los impactos de bala. Iba revestido con el alba blanca y por debajo, su hábito franciscano. Fue privado de la vida, víctima de la violencia que se vive en nuestro país.
En México, las autoridades de todos los niveles, federal, estatal y municipal, no cumplen la obligación de garantizar el derecho a la vida de los habitantes y de preservar la seguridad pública, sean sacerdotes o no. Los sacerdotes de la región afirman que si el crimen organizado tiene poder es porque el gobierno lo ha permitido o porque está sometido o porque es cómplice.
Siendo párroco en Santa Lucía de la Sierra en Zacatecas, el padre tenía misa en la comunidad Pajaritos, en Durango. Salió aproximadamente por la mañana de la parroquia y se encontró a dos grupos en enfrentamiento del Cártel de Sinaloa y el Cártel Jalisco Nueva Generación.
Fue acribillado a balazos. Los dos bandos recogieron a sus difuntos y acomodaron a fray Juan Antonio bocabajo, a un costado de la camioneta. Pasó luego una persona en un vehículo que reconoció al sacerdote y fueron a avisar a su parroquia. Una persona lo tapó con una cobija. Ninguna autoridad policial se presentó. A las 7:30 pm llegó el Ministerio Público para hacer sus actuaciones.
Fray Juan Antonio, conocido como el padre Juanito, tenía 33 años de edad, y había llegado hacía seis meses como párroco y desde su llegada mostró un gran compromiso social con sus habitantes.
Los sacerdotes cumplen el papel esencial de reconstrucción del tejido social. Dan testimonio del mundo que nos rodea y muestran los muchos peligros y grandes esperanzas que encierra.
Tuvo un papel destacado en el reciente incendio ocurrido en la sierra de Santa Lucía, organizando a voluntarios y gestionando apoyos, además de ayudar a combatir el fuego, pues protección civil y guardias forestales no acuden porque en la zona hay gente armada que desde hace meses mantiene una disputa por el territorio.
Los sacerdotes necesitan ser arropados y cuidados por sus comunidades parroquiales, a las cuales sirven; por eso debemos reconocer su esfuerzo y comprender su apasionada entrega a las causas de los más vulnerables.
Con la muerte del padre Orozco Alvarado, ya son tres las muertes de clérigos en situaciones violentas en el presente sexenio.
El 23 de agosto de 2019, el sacerdote José Martín Guzmán Vega fue apuñalado en las afueras de su parroquia en la comunidad Cristo Rey de la Paz, en la Diócesis de Matamoros.
El 27 de marzo de 2021 fue asesinado en Dolores Hidalgo el sacerdote Gumersindo Cortés, quien pertenecía a la Diócesis de Celaya y ejercía su ministerio en la parroquia de Cristo Rey, en la comunidad Mesa de López.
El sacerdote fiel a su misión es el que mira la realidad críticamente y no ha perdido la capacidad de indignarse por lo que le pasa a su rebaño, y al mismo tiempo mantiene la esperanza de que se puede cambiar la normalidad mexicana de la violencia y la impunidad.
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jl/I