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Un sueño que se desvanece

Las restricciones que el gobierno de los Estados Unidos ha puesto sobre las posibilidades de que hondureños, salvadoreños, guatemaltecos y mexicanos lleguen a territorio estadounidense son múltiples. El presidente Trump no sólo ha mantenido su terca idea de construir el muro e incrementado la patrulla fronteriza; ha recriminado a México no hacer lo suficiente para contener la oleada de migrantes centroamericanos, evitar que lleguen a la frontera con EU y regresarlos a sus países de origen.   

El problema en los países expulsores tiene que ver con la escasez de oportunidades de trabajo digno y bien remunerado, pero en muchos casos se agrava con las condiciones de violencia, persecución política y represión que los gobiernos autoritarios de la región han impuesto y normalizado en sus territorios. Para muchos centroamericanos se ha hecho imposible vivir y trabajar en sus países de origen, la migración se presenta como la única opción para sobrevivir ante la guerra, el reclutamiento de niños y jóvenes por parte de paramilitares y todo tipo de violencia ejercida desde el poder.

En México, la migración tiene su historia y sus complejidades. El denominador común es que las oportunidades de trabajo bien remunerado no abundan, pero existen entidades como Jalisco, Zacatecas, Guanajuato, Michoacán, que en la migración han encontrado una buena fuente de ingresos para familias que se quedan a cuidar y cultivar las tierras en sus lugares de origen. Anteriormente eran principalmente los hombres quienes emigraban, trabajaban y ahorraban con la expectativa de regresar a sus pueblos; actualmente hombres, mujeres y familias enteras del campo o de ciudad se van al norte, con la idea de no regresar. Nuevos flujos migratorios se han abierto desde Oaxaca, Puebla, Guerrero y Chiapas. Comunidades enteras han llegado a Nueva York o Chicago, donde familiares han abierto el camino para emigrar y a los empleadores les interesa buena mano de obra, mucho más barata para todo tipo de tareas, especialmente aquellas que los estadounidenses no quieren realizar.

Ahora Trump está afanado en que se acelere la firma del tratado comercial entre México, Estados Unidos y Canadá, mantiene un fuerte interés en que las inversiones y las mercancías fluyan entre los países socios, pero se opone a que haya un libre flujo de personas y a establecer acuerdos precisos para que los trabajadores que necesitan en su país lleguen con la garantía de que sus derechos sean respetados. Prueba de ello son las estaciones migratorias en que los migrantes permanecen aislados hasta 15 días y las familias son separadas para desalentar la migración.

Ante la complejidad que ha cobrado el problema migratorio, López Obrador ha insistido en la necesidad de ir a la raíz del problema y ha abanderado, con la Comisión Económica para América Latina, la iniciativa de promover proyectos productivos e invertir en ellos para ofrecer oportunidades de trabajo dentro de los países expulsores. El supuesto es que mejorando las oportunidades de empleo e ingreso se animaría a que las personas permanezcan en sus países de origen, sin los riesgos de sufrir engaños, violencia o extorsiones en el trayecto, sin la certeza de llegar a los EU y conseguir un trabajo más digno y mejor remunerado.

Aunque el objetivo prioritario de los migrantes es llegar a EU y acariciar el sueño americano, la propuesta de López Obrador trata de ir más a las causas que propician la migración. Comprometer a empresarios y gobiernos en el proyecto no ha sido fácil, aun no ha logrado convencer a los legisladores mexicanos y sobre todo a Trump, para quien promover la inversión y el desarrollo implicaría un costo que no está dispuesto a pagar.

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JJ/I