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Adiós al 'Rebelde del Acordeón'

Deceso. Fue un ser inquieto, carismático, siempre sonriendo y con una conversación que entretenía a cualquiera. Por casi cuatro décadas fue uno mismo con el acordeón. (Foto: AP)

Celso Piña, el amante del acordeón, el mexicano que logró fusionar ese instrumento con el hip hop, ska y rock, y quien viajó prácticamente por todo el mundo con su música, ayer falleció de un infarto en su natal Monterrey.

El Rebelde del Acordeón llegó el lunes de una gira por Estados Unidos y la noche del martes se sintió mal y lo hospitalizaron, pero al intentar operarlo, un paro respiratorio terminó con su vida este miércoles.

El músico de 66 años de edad se enamoró del acordeón, gracias a la música de Alejo Durán y Alfredo Gutiérrez, amaba la música norteña, pero no tuvo miedo en fusionar su amado instrumento con otros ritmos, algo que le abrió las puertas en el mundo. Él mismo dijo que sólo le faltaba tocar en un continente: Oceanía.

“Me contagié al escuchar a los Corraleros de Majagual, Alfredo Gutiérrez, al maestro Alejandro Durán, Andrés Landero y a muchos más que llegaban a mi tierra, Monterrey. Es lo mismo que siente la gente al escuchar los ritmos colombianos, principalmente la cumbia, y luego de ahí se deriva el paseo, el vallenato, el merengue, el son, el cumbión, el mapalé. Creo que el ritmo es lo que nos mueve a todos en el mundo”, dijo Celso Piña el año pasado a la revista Rolling Stones.

“El vallenato está agarrando fuerza y me da emoción como pionero del género colombiano. Yo fui el primero que lo tocó en México. La gente que me escuchó al principio, comentaba que yo estaba loco porque estaba interpretando algo que ellos no conocían. Yo les decía que con tiempo lo iban a conocer. Y mira qué lejos hemos llegado”.

Autodidacta al aprender a tocar el acordeón, contaba que en los 70 consiguió álbumes de vallenato y los tocaba una y otra vez, hasta que dos años después, las canciones comenzaron a salirle bien.

“Es que yo tenía demasiadas ganas, sentía una necesidad grandísima de interpretar su folclor. Y aquí estamos gracias a la tenacidad. Por eso digo que todo joven que tenga un sueño, que lo persiga hasta que se le haga realidad… Ya hemos recorrido casi todo el mundo. El único continente en el que me falta tocar es Oceanía. Fíjate lo grande que es la música”.

Así como viajó por el mundo, su acordeón lo acercó a grandes personalidades, como Gabriel García Márquez, a quien conoció en Monterrey cuando lo recibió en una presentación de un libro con vallenato. El autor se acercó a él y se puso a bailar, armando un gran baile.

Fue un ser inquieto, carismático, siempre sonriendo y con una conversación que entretenía a cualquiera. Por casi cuatro décadas fue uno mismo con el acordeón.

Pocos saben que de joven estuvo a nada de ser veterinario, pero la música ganó. Antes de hacer matrimonio con el acordeón pasó por el piano, guitarra, órgano, bajo, percusiones, pero nunca le llamaron la atención como su acordeón.

Su papá le compró su primer acordeón pequeño, muy usado, pero él se sentía feliz.

“Cuando yo inicié esta aventura de incurrir en la música nunca pensé que fuera a durar tanto. Imaginé que serían unos dos o tres discos y que luego iba a aburrir a la gente, y creo que fue al revés. Entre más tiempo pasa, más seguidores tengo por todo el mundo. Es muy bonito que la gente te asedie, quiere decir que estás en tu punto. Ya cuando no me pelen, me retiro (risas)”.

“Al principio me veían raro, la gente pensaba que iba a tocar corridos, música norteña, pero fíjate que, antes de grabar mi primer disco, yo ya tenía mi fama, la gente me preguntaba dónde podía conseguir mi disco. Una vez estaba en Monterrey, en un lugar que se llama La Iguana, un espacio donde se presenta música alternativa, y llegó un músico de El Gran Silencio que me propuso hacer algo. Nos reunimos y, después de escuchar lo que hicimos, me gustó y de ahí surgió el disco de Barrio Bravo”.

Así trabajó con Café Tacvba, Julieta Venegas, Natalia Lafourcade, con quienes demostró que el rock no está peleado con la cumbia. También trabajó con Orquesta sinfónica de Baja California con quien hizo un disco, y grandes como Lila Downs y Eugenia León compartieron con él la escena.

NI LE PAGABAN

Celso contaba que a sus inicios nadie creía en él, ni en su música rara. Hacía muchas audiciones y hasta tocaba gratis para que los empresarios lo conocieran.

En 1974 comenzó a tocar donde lo dejaran, desde fiestas patronales hasta fiestas clandestinas. Mientras la música le daba ingresos, tuvo que trabajar de pintor, tortillero, haciendo imágenes de metal y también ponía alfombras.

En 1980 grabó su primer disco Ronda Bogotá y fueron 20 años los que fue fiel a la cumbia vallenata, pero el disco que lo catapultó fue Barrio Bravo que en el 2000 salió y sorprendió por las fusiones musicales.

“Me junté con varias personas por ahí: seguidores, rockerillos, hiphoperos, raperos, norteños, hasta un brasilero y un argentino… empecé a hacer la convocatoria y me dije ‘Vamos a hacer una revoltura a ver qué pasa’. Fue todo un éxito y que terminó siendo como un nuevo estilo de música mexicana”, dijo hace años al portal Vice.

“Sí, yo crecí con la música de los Beatles y mucha banda americana. Escuchaba Jimi Hendrix, The Doors, Janis Joplin; y más pa’cá, empecé a escuchar a Black Sabbath, ACDC y todo eso”

Celso Piña, músico

UN GRANDE

  • Gabriel García Márquez bailó al ritmo de su vallenato en dos ocasiones, y después de felicitarlo le firmó un libro que Celso presumía con amantes de la lectura
  • Su música se incluyó en Babel, cinta de Alejandro González Iñárritu
  • Carlos Monsiváis lo nombró “El acordeonista de Hamelin”
  • Fueron cerca de 40 años de trayectoria
  • Se presentó en más de 30 países
  • Tenía programado un concierto el 30 de agosto en Texas para continuar su gira por Estados Unidos
  • En Guadalajara tuvo conciertos memorables, y en 2013 fue el encargado de clausurar el Festival Internacional de Cine de Guadalajara, provocando tumultos en Los Arcos Vallarta

JJ/I