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Jueces nuevos renunciando
Porque nos la quitaron
A lo largo de las semanas he escrito sobre una diversidad de temas que me interesan profundamente, sobre los que he reflexionado en discusiones familiares o con colegas, o que son coyunturales; a pesar de la dispersión misma de los tópicos, creo encontrar un hilo conductor básico: la educación. No importa si estamos hablando de economía, de sociedad, de ciencia y tecnología, de migración o de ecología; es frecuente que haga un enlace hacia la enseñanza, sobre todo la que tiene que ver con el desarrollo del pensamiento crítico.
No es casual. Desde hace más de 15 años que me dedico por completo a la educación y ésta ha sido una excusa perfecta para conocer de una gran variedad de asuntos; además, varias lecturas a lo largo de mi vida me han ayudado a buscar siempre un ánimo generalista al enfrentar los problemas; como dice la frase: soy un especialista en lo general (o un aprendiz de todo). Por ello, mientras más reflexiono sobre la educación, más me convenzo de que es uno de los derechos más fundamentales en una sociedad: si hablamos de la igualdad y la justicia, éstas deben comenzar con la equidad de oportunidades, y no hay nada que contribuya más al bienestar, no solamente individual, sino colectivo, que la educación.
A través de ella logramos que el conocimiento se distribuya y llegue a personas que lo pueden hacer avanzar o utilizar para mejorar la vida de los demás: la educación siempre es una inversión social. ¿No querríamos tener a las mejores doctoras o abogadas, los mejores ingenieros o diseñadores trabajando para todos nosotros? El problema es cuando convertimos a la educación en una mercancía, un commodity susceptible a entrar en una lógica de mercado y, entonces, la usamos solamente como un medio para obtener dinero, prestigio y poder… ¡Qué desperdicio! Educar a una persona a lo largo de 16 o más años, desde la primaria hasta la universidad, para que termine usando su formación para fines exclusivamente personales carece de sentido, sobre todo por la gran cantidad de recursos que la sociedad (no solamente sus familias) pone a disposición de los estudiantes para que no usen esos frutos para el beneficio general.
Eso es justamente lo que está pasando en Estados Unidos: en una sociedad donde lo que se premia es la hiperindividualidad está mal visto que los estudiantes reciban apoyos (lo consideran como si fuera socialismo, es decir, anatema): en una cultura en donde el individuo “debe alzarse a sí mismo”, ¿qué incentivo tiene para reconocer el valor de la comunidad y trabajar en favor de ella? La educación es un negocio más y carece de un fin social, sino meramente lucrativo. El resultado de esto es una gran crisis financiera causada por la deuda estudiantil, el que miles de personas no tengan acceso a educación superior y a una caída en la capacidad de análisis y de pensamiento crítico de una gran parte de la población. En pocos años, esta crisis se complicará aún más porque los trabajos que no requieren personal altamente formado serán inexorablemente eliminados por la automatización. Sin posibilidades de trabajo y sin educación, ¿qué será de estas personas?
Quiero terminar agradeciendo NTR Guadalajara en general y a Sergio René de Dios Corona en lo particular por la invitación a colaborar semanalmente. La experiencia fue muy interesante y me dio la oportunidad de investigar y conocer más de muchos temas, de proponer desde una mirada particular, interpretaciones de la realidad, de provocar…
Agradezco también a mis lectores. Deseo que este espacio haya sido motivo para emprender otras pláticas. Adiós y mucha suerte.
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JJ/I