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Un México violento
Porque nos la quitaron
Estos días en que hay una realidad asfixiante a la que no puedo permanecer ajena están siendo también buenos momentos para valorar muchas de las cosas, materiales, sí, pero también emocionales, que tenía antes de que una pandemia sin precedentes para las generaciones que vivimos hoy se cerniera sobre la humanidad.
Un día de esta última semana, uno de mis contactos de Facebook planteaba una pregunta. ¿Cuántos “después de la cuarentena” van a realmente cumplir? Seguramente él, a su vez, ha estado leyendo y sabiendo de un montón de gente que está viendo lo que ocurre como un punto que, de sortear, se convertirá en una segunda (tercera o cuarta, incluso) oportunidad para hacer mucho de lo que en nuestras mentes habita y que hemos pospuesto una y otra vez.
Realmente no lo pensé demasiado. Contesté sólo tres cosas, las primeras que me vinieron a la mente. Por un lado, después de que lo reflexioné un poco, me di cuenta de que eran actividades muy sencillas. Si acaso, una podría decir que era superficial, pero aun así era más simple de lo que me hubiera imaginado en los múltiples escenarios que cree en mi cabeza mucho antes de esto que vivimos, como abandonar todo e irme a vivir a un pueblito viejito de Italia, donde tuviera mi propio huerto y cocinara comida mexicana para mis nuevos amigos de diferentes partes del mundo.
Mi tercer “después de la cuarentena” fue ir al cine. Es una actividad que disfruto muchísimo. Todo el proceso de revisar qué hay en la cartelera, llegar a tiempo para no perder detalle, comprar palomitas para comer durante la función; reír, llorar, entristecerme, enojarme y hasta arrepentirme por ir haber ido equis película, además de después comentar con mi acompañante del caso –que casi siempre es mi también acompañante de vida– detalles del filme. Aprendí a amar el cine desde que era pequeña, cuando iba con mi mamá. Y ahora podría decir que, antes de que nos asaltara la pandemia, era un ritual esencial en mi vida que espero volver a disfrutar.
Mi segundo “después de la cuarentena” fue comer con mi familia. Extraño montones el barullo en la casa de la agüe, ver a mis sobrinos crecer a pasos agigantados. Comer juntos, disfrutar lo que siempre hacen las manos hábiles y maravillosas que heredaron la sazón de mi abuela o que son buenas para hacer inventos culinarios. Abrazarnos mucho, tomarnos fotos, besarnos sin el temor de que nuestra propia saliva sea el vehículo que pueda enfermar a quienes queremos.
Nos esperan todavía muchos cumpleaños, muchas navidades, años nuevos y aniversarios. Espero que podamos superar este trance de la mejor forma, que nuestras saludes nos permitan volver a reunirnos y celebrar la boda de la menor de mis primas, ese enlace que debió suspenderse por un bienestar mayor. Que el corazón nos siga latiendo.
Y mi primer “después de la cuarentena” fue ir a abrazar a mi mamá. Tengo el corazón destrozado. El sábado no podía dejar de llorar. En estas dos últimas semanas sólo la he visto una vez: ella, desde el umbral de la puerta de su casa, y yo, desde la mitad de la acera. No pude abrazarla ni besarla. No pude siquiera acariciar a su perrita por el temor de que, por medio de su pelaje, termináramos compartiendo algún virus que trajéramos ella o yo.
Quiero regresar a comer a su casa. Quiero poder estar a su lado y abrazarla para sentir un poquito menos este vacío que a veces me llega cuando la madrugada me asalta despierta. Quiero que sobrevivamos y saber que no le haré daño ni ella me lo hará a mí. Quiero volver a enojarme con esa horrible costumbre que tenía de tomar agua en el mismo vaso que recién yo había desocupado o comer en el plato en el que comí. Porque nunca algo que me había causado tanta molestia antes es ahora uno de mis grandes dolores.
Después de la cuarentena.
Twitter: @perlavelasco
jl/I