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Ómicron y lo inalterable

Apenas amaneció 2022 y sucedió lo que se temía: el incremento de los contagios ahora, sobre todo, por ómicron, tercera derivación de la pandemia Covid-19. Eso se sabía que podría suceder, pero no se hizo lo necesario para evitarlo.

Justo desde noviembre del año pasado el gobierno autorizó la apertura de prácticamente todas las actividades, sobre todo las de consumo masivo. Como una especie de justificación se adujo que, si bien esta derivación contagia con mayor facilidad y velocidad, sus efectos son menores. Eso, decían las autoridades que tampoco se han salvado del contagio, evitaría que el sistema hospitalario colapsara.

Sin embargo, este fin de semana los récords de contagios han sido superados con creces. En paralelo, fue desplegada la campaña de vacunación demostrando que, en efecto, la vacuna y sus refuerzos no evitan el contagio ni las muertes anticipadas. Los fallecimientos se siguen incrementando, las alertas que se han activado, sin embargo, como se puede entender desde la lógica de quienes gobiernan y dominan, siguen sin alcanzar la intensidad del rojo necesario para repensar las estrategias.

Inamovibles ante el desastre los gobiernos repiten el diagnóstico y las prescripciones del modelo impuesto por la industria farmacéutica. Saben bien que el uso de gel, el cubrebocas y el confinamiento no resuelven nada de raíz. Nos dicen que hay que aceptar que este virus llegó para quedarse. Que debemos adaptarnos y asumir que viviremos con él. Traducida está afirmación significa que, en su horizonte, no figura ni siquiera como posibilidad el dejar de destruir los ecosistemas para evitar que, en breve, otros virus desconocidos vengan a nosotros.

En este contexto la OMS ha hecho dos afirmaciones: una, que no sabe con certeza cuándo pueda terminar esta pandemia y, dos, que tampoco es recomendable que con tanta frecuencia se siga vacunando a la población. Estas afirmaciones, a la luz del ya prolongado y estresante desarrollo de la pandemia, así como las inalterables políticas desarrollistas y sanitaria gubernamentales merecen ser problematizadas.

Si dos años después de la pandemia no hemos querido aprender nada nuevo; si no hemos transformado nada significativo de las razones de la pandemia, quiere decir que no adquirimos experiencia y que este sistema seguirá obligándonos a vivir en la incertidumbre. Si a estas alturas ni siquiera sabemos con certeza cuándo podría terminar la pandemia debería ser motivo suficiente para aceptar la derrota del conocimiento científico al respecto y sus maneras de atender este tipo de emergencias. Y por ello, en general las políticas sanitarias deberían ser reconsideradas, cuestionadas a fondo y, sobre todo, frenar el enriquecimiento perverso de la industria farmacéutica.

El sistema actual sigue expresando con toda claridad que no solo no le interesa resguardar la vida de la población, sino que tiene toda la disposición para hacer los mejores negocios. Así, mientras que a algunos nos parece absolutamente inmoral hacer negocios con la vida y la salud de las personas, para otros, los enchufados perfectamente al sistema, es estupendo aprovechar, como suelen decir, este gran “nicho de oportunidad”.

Pero, bueno, como en todo, el gobierno hace lo que decide hacer de acuerdo con sus intereses que, como vemos, coinciden con los de los capitalistas. Lo que habría que preguntarnos es si entre nosotros, en la sociedad, en el abajo social, aprendimos o estamos aprendiendo algo nuevo de esta pandemia que ya nos ha costado muchas vidas.

Preguntarnos si vamos a seguir con la dinámica de la vacunación cada vez que así lo decidan las farmacéuticas y el gobierno las apoye, o si mejor adoptamos una posición crítica y proactiva para tomar otros rumbos, centrados en el fortalecimiento de nuestros sistemas inmunes a través de, por ejemplo, una mejor alimentación y un alejamiento de los estilos de vida impuestos por este sistema.

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JB