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El papa que vino del confín del mundo

Con 76 años de edad, el arzobispo de Buenos Aires, Argentina, con 12 años de cardenal, Jorge Mario Bergoglio, el 13 de marzo de 2013 fue elegido como el obispo 266 de Roma en la Iglesia católica, es decir, el papa.

En su primer discurso, desde el balcón de la Basílica de San Pedro a la multitud que lo ovacionaba les dijo: “Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscar un papa casi al fin del mundo…”.

Aquel día, en la Plaza de San Pedro, después de las 6 de la tarde, las miradas estaban puestas en la chimenea. Pasadas las 7 empezó a salir la fumarola; inicialmente era gris, pero en una segunda bocanada salió humo blanco.

Todas las personas, de todas las nacionalidades y diferentes lenguas, se abrazaban y se escuchaban los ¡vivas! por el nuevo papa; a pesar de que todos hablaban diferentes idiomas los unía la fe. Un signo de que venía una nueva época en la iglesia y en el papado, al tomar la palabra, hizo algo inédito, pidió que antes que él orara y bendijera al pueblo, el pueblo orara por él y lo bendijera.

Para muchos fue indescriptible ese momento. Los cerca de 100 mil asistentes guardaron silencio. La primera petición fue del santo padre al pueblo, y no del pueblo al papa: “Recen por mí”. Lleno de sencillez y humildad, se despidió con un “buenas noches, que descansen”.

Han pasado 10 años de aquel Habemus papam y se recuerdan los gestos de sencillez de esa primera noche. Eligió por nombre Francisco en referencia a san Francisco de Asís; no cambió sus zapatos negros desgastados por los zapatos rojos para pontífice que se tenían ya listos ni sustituyó su anillo episcopal ni su cruz pectoral con las que ejerció su episcopado en Argentina por el anillo y cruz que se tenían listos para quien resultara electo papa en ese cónclave.

A lo largo de este tiempo ha insistido en atraer a los alejados, de incluir a quienes se sienten fuera de la iglesia y ha sido permanente la indicación papal a escuchar, a tomar decisiones clericales colegiadas, a no imponer las propias ideas con base en autoritarismos.

Ha insistido en una iglesia pobre para los pobres, recuperando la opción por ellos. La invitación a cuidar la naturaleza, otra de sus grandes preocupaciones, quedó plasmada en la Laudato Si.

No cree en una iglesia que condena; él desea una iglesia samaritana y “en salida”, no sólo física, sino que va al encuentro de las minorías, de los migrantes y de las personas más vulnerables.

Las críticas que el papa ha hecho al neoliberalismo, sobre todo en la encíclica Fratelli Tutti, ocasionaron que le llamaran comunista.

El hecho de no condenar a los homosexuales y a los divorciados vueltos a casar, y el limitar las misas tradicionales en latín ha ocasionado que sea considerado hereje por un sector de sacerdotes y fieles católicos.

En su primera semana santa como papa, al presidir la misa del Jueves Santo, recordó a todos los sacerdotes que la unción del aceite sagrado en sus manos, recibida en la ordenación sacerdotal, no significa que adquirieron un perfume que los separa de los fieles, sino que debe acercarlos a ellos; con la metáfora de que hay que oler a oveja y vivir en medio de la gente, acompañándola.

El papa Francisco, con la visión prospectiva y el liderazgo que tiene, inicia su segunda década con nuevos retos y oportunidades para seguir trabajando en y para la iglesia. Ad multos annos. Que viva muchos años.

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jl/I