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En el siglo 19, tal vez con ánimo de compensar la carencia, en tiempos prehispánicos, de un anhelado centro urbano de gran prestigio, hubo quienes desarrollaron en Jalisco, con más imaginación y buenos deseos que trabajo formal, la idea de antecedentes federalistas desde tiempos antiguos.
Parece que el profesor Ignacio Navarrete (1837-1880), en 1872, fue quien empezó a plantear por escrito la idea de que en el occidente de México se había constituido ni más ni menos que una “confederación” de nombre “Chimalhuacán”. Ésta, según dicho autor y seguidores, se componía de cuatro “monarquías”, cada una de las cuales estaba, a su vez, constituida por diversas entidades que llamó “tactoanazgos”.
Pero Navarrete recibió algo de inspiración del franciscano Francisco Frejes y su Memoria histórica de 1833: “el estado llamado ahora de Jalisco... encerraba los tres reinos de Jalisco, Colima y Tonalá. Su gobierno era real, pero confederado...”.
La palabra tactoanazgo, que es un invento híbrido con “más imaginación que ciencia”, pretendía provenir del náhuatl tlatoani, gobernante, pero su terminación es claramente castellana. Mas el concepto no quedó ahí, de manera que con el tiempo habría otros autores que le agregaron de su cosecha.
De la misma manera, no faltaron jaliscienses, partidarios entusiastas del federalismo que procuraron hallar vestigios de que Jalisco constituía ya una entidad bien definida antes de la Conquista y que había pruebas de un gobierno más o menos confederado…
Luis Pérez Verdía, con más sentido crítico, en 1910, describe que algunas poblaciones ejercían cierta dominación sobre otras, se asociaban entre sí, pactaban, se sometían, etc., pero “malamente ha querido equipararse a la forma de un gobierno confederado”. Mas Ignacio Dávila Garibi le entró con más entusiasmo al referirse, en 1927, a las supuestas monarquías como hueytlahtoanazgos. Su libro se titula Breves apuntes acerca de los chimalhuacanos, lo cual ha encontrado eco ad nauseam en muchos autores carentes de sentido crítico.
Parece válido suponer, como se apuntó, que esta idea confederacional haya emergido más bien del subjetivo nacionalismo o regionalismo romántico del siglo 19, necesitado de enriquecerse de un pasado indígena de relumbrón, máxime dada la reconocida vocación jalisciense por su autonomía o, en su defecto, por el federalismo.
Sin embargo, en 1939, Luis Páez Brotchie, quien fuera durante muchos años cronista oficial de Guadalajara, en sus dos tomitos titulados Jalisco. Historia Mínima, todavía habla como si tuviera todos los pelos en la mano acerca de la dicha confederación
Pero la llamada de atención que hizo López-Portillo no fue del todo en vano. El propio Dávila Garibi, en 1939, con una honestidad que lo honró, reconoció categóricamente que el término “confederación”, aplicado a estos pueblos, “es discutible” mientras que del término “Chimalhuacán”, dice lo siguiente: Tampoco designaron con un nombre común a los aborígenes de Jalisco los historiadores antiguos, pero a partir de Navarrete, los de Jalisco… han llamado chimalhuacanos a los habitantes del Jalisco prehispánico, nombre que yo también empleé... antes de que López-Portillo y Weber llamara la atención sobre este particular.
No obstante que, desde entonces a la fecha, una cauda de historiadores formales haya coincidido con la evidente falsedad de los planteamientos de Navarrete, no falta quien, como un señor José G. Gutiérrez Razo, de Tonalá, a estas alturas exhume las decimonónicas ideas chimalhuacanistas.
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