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Educación a medias

Siento que la diferente y extraña situación por la que está pasando el mundo nos está trayendo un montón de lecciones en distintos ámbitos de nuestras vidas, eso, claro, si queremos escucharlas y saber qué es lo que quieren decirnos, hacerlas nuestras y, a la postre, hacer algo al respecto, no dejarlas olvidadas, como suele ocurrir con los aprendizajes diarios. 

En este caso estoy asombrada de cómo se ha llevado la parte educativa y, motivada un poco por el Día del Maestro, quisiera compartir algunas historias, cercanas o lejanas, de cómo este sector vive la nueva realidad. 

Es una mamá joven y tiene cinco hijos, cuatro de ellos están en edad escolar, y van de la primaria a la prepa. Todos viven juntos y comparten casa con los papás de la joven. Hay un par de teléfonos celulares modalidad inteligente, pero ninguno de ellos con acceso a Internet de forma continua, pues en casa no alcanza para pagar ese servicio; comprar datos para hacer tareas de cuatro menores que además están en grados tan diversos es prácticamente imposible. 

Una opción ha sido rolarse los teléfonos y otra, acudir a casa de algún vecinito o compañero de escuela para poder hacer las labores y tareas, con el riesgo que ello conlleva. La situación económica en casa, además, no es favorable. Todos los adultos trabajan en sectores no esenciales, pero además lo hacen en la informalidad. A esa mamá y a esa abuela les preocupa que sus niños, si bien terminan el ciclo escolar, se rezaguen el próximo año, al no estar a la par de la mayoría de sus compañeros. 

Una pareja tiene dos hijos pequeños. Los adultos tienen estudios universitarios y, por fortuna, han podido continuar sus empleos vía remota, desde casa. Hay, en su hogar, dos computadoras, las que, si bien son para las labores de los papás, pueden permitirse prescindir de ellas mientras sus hijos deben estar al pendiente de la escuela o haciendo sus tareas. 

No sólo eso. En este hogar que, dadas las circunstancias del mundo, es privilegiado, hay dos adultos para atender a dos niños en dos niveles diferentes de estudio y con los insumos suficientes para el aprendizaje. Esos adultos tienen la capacidad y el conocimiento suficiente para solventar las necesidades intelectuales de sus hijos. 

El problema en estos casos viene –como ocurre en otra familia– cuando los papás, pese a tener las condiciones económicas y técnicas en casa, deben trabajar al mismo tiempo que los hijos deben estar en la escuela (vía remota). ¿Quién atiende a los niños, quién los orienta, quién les ayuda con sus trabajos, al tener a su profe a distancia, sin poderlos ayudar uno por uno? 

En estos casos, dejarlos con los abuelos es un despropósito, al ser, en general, un sector con alto riesgo ante el coronavirus; llevar a casa a una niñera es más o menos lo mismo, pues entran personas con quienes no viven, no dejando mucha opción a los papás, pero tampoco a los niños ni a los maestros. 

Los docentes siguen ahogándose en el papeleo herencia de la reforma educativa, pero agravado por la distancia, pues es más complicado medir el pulso del avance de los estudiantes debido a la lejanía. No sólo eso: ahora los maestros caen en cuenta de cómo habría servido que, en vez de pasar horas transcribiendo los programas de estudio y llenando papel tras papel, les dieran capacitaciones sobre el uso de la tecnología en el ámbito educativo, manejo de menores en crisis y hasta bases de psicología educativa, pues del otro lado de las pantallas los profes tienen un montón de niños que no necesariamente comprenden del todo qué ocurre o a unos papás que saben que, si pudieran trabajar junto con los maestros en contener, orientar y ayudar a los alumnos, estar en una misma sintonía y discurso sobre la pandemia, sería menos complicado sobrellevar el encierro. 

Es lo que hay. 

 

Twitter: @perlavelasco

jl/I