INICIO > OPINION
A-  | A  | A+

Adversidades

Hace casi nueve años, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara de 2012, tuve la fortuna de acudir al Congreso Internacional de Correctores de Textos en Español. Ahí, entre una diversidad de profesionales dedicados a la industria editorial, pude conocer muchas experiencias sobre ese mundo.

Traductores, escritores, creadores de contenidos, diseñadores gráficos, intérpretes, editores de libros y revistas, y correctores, por supuesto, algunos con décadas de trabajo y otros comenzando sus carreras, compartieron, en público o en corto, sus experiencias dentro de esta industria.

Recuerdo en particular una plática más cercana con un par de escritoras que habían trabajado un buen rato como creadoras de contenido para los libros de texto en México, con experiencias desde dos ámbitos diferentes: una en los ejemplares que distribuye la Secretaría de Educación Pública y la otra, en una editorial privada que hacía libros complementarios para el aprendizaje escolar.

Sus historias eran muy parecidas. Se abría una convocatoria o la editorial buscaba ciertos perfiles de escritores-profesores-profesionales-creadores de contenido para armar los textos y los hacían, pero después eran revisados y, si se aprobaban, entonces sí se pagaban. Claro que el tiempo para generar los contenidos era bastante acotado y la paga solía llegar varios meses después de que los libros habían sido terminados y hasta repartidos.

Ellas hacían textos, pero el esquema de trabajo se replicaba por ejemplo para diseñadores gráficos e ilustradores.

Alguien más presente en la mesa en la que cenábamos les preguntó que si ese trabajo era tan ingrato, por decirlo así, lo seguían haciendo; coincidían en el placer de crear material de valía para la niñez y en que, aunque la paga llegara tarde, veían esos ingresos como un guardadito. Ellas ya conocían las dinámicas y elegían seguir participando en ellas, pero el problema que veían es que no se solía advertir a aquellos recién integrados en este trabajo de la serie de asegunes que habrían de encontrar.

Al año siguiente, en 2013, hubo un escandalazo –tal vez varios lo recuerden– porque los libros de texto gratuitos para primaria tenían, en suma, más de 100 errores elementales y nadie en la cadena de creación pareció enterarse.

El entonces secretario de Educación, Emilio Chuayfett, reconoció que las pifias eran “imperdonables” y dijo que la edición había estado a cargo del gobierno del presidente previo, Felipe Calderón. Cuando Peña Nieto asumió el poder ya era imposible detener la impresión de 235 millones de ejemplares, aseguró.

Pero luego, en esos grupos en los que aún se compartían experiencias, consejos y recomendaciones sobre el mundo editorial, algunos docentes-creadores de contenido hablaron de las penurias que pasaron para esos textos. Tiempos más acotados, menos personal en general y una disminución particular de personas en los eslabones que van revisando cada una de las etapas de los libros. Aunado a que se habían tardado más en pagarles en esa ocasión.

Varios de ellos reconocían que no era una justificación de los errores, sino que simplemente daban cuenta de que las condiciones eran menos adecuadas, mientras que las exigencias iban en aumento.

A finales de marzo el gobierno federal abrió una convocatoria para ilustrar los libros de texto gratuitos de educación. Las exigencias de la convocatoria eran mayúsculas, dignas de entregar un buen ejemplar a todas luces. El pago a los ganadores… bueno, el pago prometido era el crédito para el artista, un reconocimiento y el libro en el que su ilustración fuera impresa.

Muchos amigos ilustradores y diseñadores mostraron su rechazo de inmediato. El trabajo creativo cuesta y debe ser respetado y honrado, argüían. Si un cliente quiere un resultado de primer nivel, la retribución debe estar a la par.

Y así tendría que ser para todas las profesiones y los trabajos, sea en el ámbito público o el privado.

Debería.

Twitter@perlavelasco

JB