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Solo así regreso a la política
Lengua-je soez
En una apacible tarde de verano en una redacción tapatía -como supongo sucedió en cada una de las instalaciones de los medios de comunicación del mundo- uno navegaba entre las urgencias propias de nuestra raza: apurar notas, ampliarlas, reducirlas, buscar esto y aquello, elegir, agendar, argumentar sobre la importancia o no de una pieza, revisar y angustiarse por un cierre de edición cada vez más cercano.
En esas, uno posa sus ojos sobre un tuit de un medio tan histórico como Excélsior: “#ÚLTIMAHORA Murió Benedicto XVI, papa emérito, a los 95 años, informa Conferencia Episcopal Alemana”.
Llega un choque de adrenalina. Hay que cambiar, decir, publicar, acelerarse. La apacible tarde se tuerce. La mitología de este oficio acuñó una frase para tales ocasiones: “paren prensas”.
Cada vez más medios locales, nacionales e internacionales se suman al breaking news. Alguna corresponsal lo duda. Revisemos. Entro a la cuenta que dio origen a la nota: @bischofBatzing es, supuestamente, de Georg Bätzing, el obispo de Limburgo y presidente de la Conferencia Episcopal Alemana.
Veo que tiene muy pocos seguidores, algunos cientos apenas. Es raro. Tiene colgado sólo un tuit adicional a los tres que usó para anunciar la muerte de Joseph Ratzinger.
De acuerdo, revisar las cuentas oficiales del Vaticano, del papa, de las agencias informativas ligadas a la iglesia católica, de la Conferencia Episcopal Alemana… nada. Ir a sus sitios web, nada.
Al poco tiempo, se desvela en la propia cuenta la mala broma: “Cuenta falsa creada por el periodista italiano Tommasso Debenedetti”.
Un momento ¿periodista? Cómo alguien con esa profesión acepta eso tan impúdicamente. Se calientan las entrañas.
Tommasso es un embaucador italiano que en realidad es escritor y profesor de historia. Hace esto para demostrar las flaquezas de la industria periodística, para hackear un sistema que considera frágil y proclive al autoengaño.
Este “campeón de la mentira” lleva 22 años exponiendo a pequeños y grandes medios en Italia inventando entrevistas con políticos y escritores de talla mundial como Günter Grass, José Saramago, J.M. Coetzee, John Le Carré, Mijaíl Gorbachov, Dalai Lama y Lech Walesa, entre muchos… muchos otros.
Primero iba con sus piezas inventadas y las vendía a impresos de alguna ciudad pequeña o provincia. Los editores compraban gangas de 20 euros por pieza con grandes personajes o premios Nobel, sin verificar. Publicó tantas, hay quien cuenta más de 100, que su fama empezó a bloquear sus intentos.
Luego se pasó a las redes sociales. El escenario más natural para su inventiva. Crea cuentas falsas y las adapta para dar la impresión a un usuario con poca experiencia de que es real. Un bot, pues. Tiene su favorito: es la enésima vez que “revela” la muerte de Benedicto XVI usando cuentas falsas de arzobispos (como el de Bogotá, Lima o Tegucigalpa) y cardenales.
También ha “matado” a otros escritores como Isabel Allende o Mario Vargas Llosa. Debenedetti argumenta que su misión es evidenciar lo fácil que es engañar a los medios.
El martes lo logró y a nivel global. Miguel Mora ofrece una magnífica entrevista de 2010 en El País en la que este cínico romano argumenta: “La información en este país está basada en la falsificación. Todo cuela mientras sea favorable a la línea editorial, mientras el que habla sea uno de los nuestros. Yo, simplemente, me presté a ese juego para poder publicar y lo jugué hasta el final para denunciar ese estado de cosas”.
En esta era de la posverdad, medias tintas y manipulaciones, una de las grandes preocupaciones de la industria periodística es la pérdida de la confianza de los lectores.
Las fakenews han existido siempre: por falta de pericia del reportero en turno, por editores que pretenden hacer una pieza más atractiva, por la búsqueda de la contundencia, por ganar la nota aunque todavía no se tenga todos los elementos en la mano. Sucede. Sin embargo, honestamente son las menos.
Lo más común es que los gobernantes y su sofisticado equipo inviertan carretadas de dinero y miles de horas para interrumpir el flujo de la información, para sesgarla, ocultarla, para corromper un hecho o para disfrazarlo. Un ejemplo, los videos de Alfaro en los que “interpreta” la estadística de delitos en Jalisco para decir lo bien que estamos en materia de violencia, para negar realidades.
La empresa Cision hace una encuesta anual entre miles de periodistas de todo el mundo para conocer el mayor reto que han afrontado en el último año: 32 por ciento señala que lo más difícil ha sido mantener la credibilidad como fuente de noticias de confianza y combatir las acusaciones de fakenews.
El buen canalla de Debenedetti nos hizo un flaco favor el martes.
Desde luego que la desinformación no es un fenómeno nuevo, al contrario, nació junto con el cuarto poder. Lo que es reciente e inédito es la gran velocidad de difusión que tienen las noticias falsas.
Primero internet y luego las redes sociales han ido robando la capacidad de comunicación de los medios tradicionales y de los profesionales de la información. Normal. El asunto es cómo el poder manipula a Google, Facebook o Twitter para que potencializar su mensaje y quiten lectoría a las notas hechas profesionalmente.
El Ethical Journalism Network elaboró una definición de información trucada con la que coincido: “Toda aquella información fabricada y publicada deliberadamente para engañar e inducir a terceros a creer falsedades o poner en duda hechos verificables”.
Lo que sucedió con Benedicto y Debenedetti es una advertencia y un compromiso al mismo tiempo: cada día y con cada nota tenemos la oportunidad de tejer la confianza con nuestros lectores, pero vivimos con el riesgo permanente de que el fantasma de la mentira aparezca y no logremos advertirlo. Como sea, arrieros somos
Twitter: @cabanillas75
jl/I/JB