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La verdadera transformación 

Ya sé que la pandemia del coronavirus es el tema mediático por excelencia. Claro que esta especie de estado de sitio sanitario al que nos han obligado a vivir merece varios comentarios críticos, que vayan más allá de la desinformación y el pánico creado por informaciones esquizofrénicas y de dudosa cientificidad, que sin mayor responsabilidad reproducen los medios y las redes sociales. 

En los días subsiguientes ya iremos viendo con mayor claridad, pero, por lo pronto, esta situación ha dejado claro, a) el poder y el peligro de los medios y las redes acosadoras y desinformantes, y b) el abandono infame de los servicios de salud pública. De hecho, en México, antes del coronavirus, la saturación de los hospitales y la carencia de medicamentos es un hecho que comprueban día a día quienes recurren a ellos en busca de sus servicios. 

Pero yo quiero volver a la situación en que estábamos antes de la pandemia, es decir, el tema de la crítica radical contra el patriarcado y su violencia que apenas la semana pasada pusieron magistralmente en la calle las mujeres de México y de todo el mundo. Creo que no es sano que de una semana a otra olvidemos la trascendencia de un hecho inédito en nuestra historia política. ¿Casualidad que después de la marcha y el paro de mujeres se dé la voz de alarma de la pandemia? Por lo menos parece una muy rara coincidencia. 

Desde antes del 8 de marzo, los colectivos de mujeres aseguraban que en esta ocasión el Día Internacional de la Mujer no sería como otros. Y no se equivocaron: las convocantes fueron felizmente rebasadas por miles de mujeres autoconvocadas que, dentro de su diversidad de problemáticas, supieron coincidir en una: contra el patriarcado y su violencia. La ira, el enojo y el hartazgo mostrado no es para menos en un país donde, con una saña delirante, asesinan cada día a 10 mujeres y el Estado no hace mayor cosa. 

El color morado de las jacarandas en flor fue potenciado por el morado y el verde de las vestimentas y distintivos que portaron las mujeres movilizadas. El pasado 8 de marzo el patriarcado tuvo en la calle una respuesta contundente. Una marea de mujeres de todas las creencias y formas de ser mujer inundó las calles y las plazas de varias ciudades grandes y medianas de México. Salieron, sí, quizá con algún miedo, pero fueron contundentes. Con sus pasos, con sus mensajes, sus himnos, Canción sin miedo y El violador eres tú, por ejemplo, y su indignación, callaron los llamados histéricos de sujetos antifeministas y patriarcales en grado máximo como Juan Sandoval, cardenal de Guadalajara. 

Después de la marcha y el paro, el reto para lo que sigue es enorme. No podemos echar las campanas al vuelo, pero son este tipo de acciones, y mucho más si se van construyendo barricadas contra el patriarcado en la vida cotidiana, las que nos hacen suponer que desde abajo se cocina una verdadera transformación. Una que tiene otro fondo y otra raíz, que viene de otro rumbo, con lógicas y racionalidades diferentes al mundo masculino. 

Los pensamientos feministas y/o de mujeres, como es normal, son variados. Uno de ellos es el que enuncia la poeta mapuche Daniela Catrileo: “Cuya razón no esté anclada en una supremacía socio-racial, burguesa y hegemónica. Un feminismo que no esté centrado en el género, sino que pueda comprender las opresiones de clase y raza…que no obligue a todas las mujeres a ser feministas, sino que justamente aprenda de otros saberes que no vienen de las élites dominantes”. 

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