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Cada quien en su lugar

Luz Raquel, Vanesa, Alondra, Liliana, Sandra Paola son los nombres de algunas de las víctimas más recientes que en Jalisco ha dejado la guerra que el sistema patriarcal y machista tiene establecida especialmente contra las mujeres. En el país, nombres como estos se cuentan por miles y miles si sumamos los de las desaparecidas. En la década de los 90 del siglo pasado pensábamos que los feminicidios era un problema solo de la norteña Ciudad Juárez. Tardamos en descubrir que matar mujeres es otra las señas de identidad de este sistema que día con día nos revela con crudeza su rostro de muerte pero que, sin embargo, una mayoría social sigue pensando que aún puede recomponerse.

El dominio que el sistema patriarcal ejerce sobre la sociedad y el terror que se ha impuesto con tanta muerte ha permitido que a pesar de saber que en México son asesinadas en promedio 10 mujeres cada día y otras tantas son desaparecidas no se hayan generalizado las acciones de protesta, aunque sí haya una creciente preocupación y un posicionamiento crítico, no necesariamente público, respecto de las autoridades. No soy partidario de las protestas frente a las sedes del poder y menos cuando los gobernantes actuales, como decía Salinas de Gortari: ni las ven ni las oyen. La falta de empatía y conmiseración gubernamental resulta chocante y pone en entredicho los espacios de la protesta, aunque no la movilización callejera.

Mientras tanto, aprovechando su dominio político, pero también el desconcierto o confusión que introducen otros sujetos vinculados al Estado, por un lado, los machos homicidas actúan libremente, y a la luz del día desaparecen y asesinan mujeres incluso dentro o a las puertas de instituciones públicas que cuentan con vigilancia policial. Y, por otro lado, cerrando la pinza, los machos y machas que gobiernan se hacen de la vista gorda. Su verdadera convicción queda manifiesta cuando este sufrimiento social no está dentro de sus prioridades y por ello ni siquiera son consecuentes con los programas o instrumentos, supuestamente preventivos, de alerta, de resguardo, cautelares, etc., que han creado.

Obviamente lo hecho es insuficiente. Pero lo es más cuando ni siquiera lo instituido lo ponen a funcionar sistemáticamente y le destinan los recursos necesarios. Les sigue pareciendo más importante seguir aportando millones de pesos (50 millones entre este año y el anterior) para que Checo Pérez, utilizando su casco difunda internacionalmente las playas privatizadas de Jalisco.

Y, por supuesto, para la definición y diseño de las instituciones, programas o comisiones creadas no se convoca ni se considera, en este caso, a las agrupaciones de madres y familiares que han decidido tomar en sus manos el problema y no seguir esperando a ver cuándo y qué deciden hacer los gobernantes.

Cansadas, enfadadas, con rabia, en algunos casos decepcionadas y en otros solo confirmando convicciones, las madres han tomado la decisión de hacer lo que le corresponde al Estado: buscar por sí mismas, con sus manos, a sus tesoros como nombran a sus hijas e hijos desaparecidos. Con su hacer han demostrado que se les puede localizar, pero también han exhibido a las autoridades, pero estas ni se inmutan.

En esta decisión política de las madres buscadoras encuentro, al menos potencialmente, una actitud o posicionamiento de destitución de los gobernantes y de las instituciones que no hacen lo que ellos mismos reconocen es su responsabilidad. Así, los campos del hacer político se van despejando y separando más. Por un lado, el Estado, los gobernantes y las instituciones, y por otro, la sociedad movilizada o no.

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