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¿Expresión en libertad?

Ahora que muchos pontifican sobre libertad de expresión me pregunto si tengo algo que aportar. Desde la medianía intuyo claves y me abrazo a la silenciosa, firme y poco atractiva roca de la ética. 

La semana pasada la UdeG organizó, de la mano de Mario Vargas Llosa, un foro denominado Desafíos de la Libertad de Expresión, Hoy. 

Organizados alrededor de la polémica figura del novelista, diversos personajes que circulan cotidianamente en los medios de comunicación de CDMX se lanzaron al ruedo para analizar un tópico que es como el aire: nunca sabemos que está ahí, pero en cuanto percibimos que nos falta un poco, nos alertamos. 

Hubo ponencias discordantes, pocas, la pluralidad brilló por su ausencia, decenas o cientos de espectadores (o no) opinaron desde sus particulares intereses y me parece que el desgaste dejó satisfechos a pocos. 

Las mesas se repartieron entre editores, periodistas y, sobre todo, analistas. Esa nueva raza de la vida pública suele ir y venir entre la academia, los corrillos intelectuales y los círculos de poder. Todos, normalmente, muy listos. Demasiado listos. Con tantas respuestas como preguntas se formulen. 

Vivimos una época en que las etiquetas definen sesgos de nuestra personalidad y demandan demasiado tiempo. Los ismos chocan entre sí. 

La generación tag tiene el poder de calificar y en ocasiones cancelar trayectorias enteras. Donde los privilegios y las desgracias son puntos que suman o restan según el bando calificador. 

Un debate así, organizado por una universidad así y convocado por un escritor así no tenía la pinta de ser acompañado desde la armonía. No. Fue recibido desde las trincheras. 

Con el afán de simplificar, intuyo tres niveles en que la libertad de expresión peligra. Uno, el verbal. El más elemental. Aquel soterrado en el seno familiar en que uno no puede decir o desafiar a los mayores. Ese que persiste en la escuela o el trabajo en donde la crítica a la norma es mal vista por superiores jerárquicos o por los compañeros. Aquel que, desde el machismo, clasismo o xenofobia, entre otros, se imponen hasta en el lenguaje atándolo a convenciones anacrónicas. También aquel que se ahoga cuando desde alguna redacción encuentran como impertinente escribir o decir algo opuesto a la línea editorial o comercial. 

El verbal afecta en diferentes grados, pero sobre todo en los fueros internos. Ese silencio atado provoca cuestionamientos sobre nuestra forma de pensar o actuar. 

Dos, el sistemático. Que viene desde la intimidación o la exposición al escrutinio público y hasta la descalificación. Ese que se repite hasta la saciedad. En este han incurrido tanto el presidente como el gobernador. Tal actuar hace que el resto de la tropa se vuelva altanera ante la crítica. 

También sucede desde las maquinarias de bots y usuarios reales obcecados en defender a su amado líder. 

Pasa cuando desde el gobierno o la IP mandan a callar a un periodista o provocan su despido. Incluso se produce al cortar flujo económico de publicidad oficial a medios. 

Tres: el violento. La más preocupante e indignante de todas las formas de coartar la libertad de expresión. Es el que mata. México es uno de los países en que se han asediado a más periodistas del mundo. Estas amenazas perviven en enormes zonas del estado y del país. Es tan grande el fenómeno que mantiene atada la mayor parte de las investigaciones sobre el crimen organizado. 

Todos somos libres de organizar foros por la libertad de expresión. Igualmente somos libres de criticarla con o sin sustento. Pero el verdadero peligro se encuentra lejos, muy lejos de los foros de las grandes capitales de México. 

Twitter: @cabanillas75

jl/I