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La tragedia en Hidalgo, la tragedia nacional

Pareciera que cuando se habla del daño provocado a nuestro país por más de 35 años de neoliberalismo se entiende sólo el aspecto económico de haber subordinado el desarrollo nacional a intereses de corporativos trasnacionales generando una desigualdad abismal; que mientras pocas personas concentraron una riqueza insultante, la mayoría carecía de los recursos necesarios hasta para alimentarse. El Coneval (2018) dice que hay 53 millones de mexicanos en pobreza, pero organizaciones civiles como Oxfam señalan que son 84 millones.

El daño social provocado por un marco de corrupción e impunidad continuado durante todo el periodo neoliberal se refleja en una inseguridad sin precedente: hace unos días se señaló que ya son más de 40 mil los desaparecidos, en tanto que 2018 cerró como el año en que 94 personas, en promedio, perdieron la vida cada día por homicidio. México ocupó el primer lugar en violencia y abuso sexual hacia menores de todos los países de la OCDE, y el primer lugar en feminicidios en América Latina.

Esto ocurría durante todos estos años, mientras nos acostumbraban a normalizar la violencia gestada desde las instituciones, para ocultar que hay violencia cuando se impone una política corrupta que beneficia a unos cuantos, mientras la mayoría sobrevive apenas; cuando se recurre a la represión de líderes populares y movimientos sociales para mantener ese orden; cuando se usa a las fuerzas armadas para la desaparición forzada; cuando, derivado de la corrupción institucional, se provocan tragedias como la de los niños de la guardería ABC en Sonora, o se lucra al sustituir con agua los medicamentos para quimioterapia de niños en Veracruz. De esta manera, la tragedia de Hidalgo debe verse como herencia de esa violencia institucional aplicada por los gobiernos anteriores que promovieron la corrupción más escandalosa.

Durante más de 30 años los mexicanos vivimos en un sistema en donde lo colectivo, lo social, el bienestar común y la solidaridad estuvieron ausentes; se trastocó la orientación del sistema educativo nacional en función de falsos indicadores y evaluaciones burocráticas impuestas desde el exterior, abandonando en la práctica la formación ética basada en el arte, la cultura, el civismo, la filosofía, la historia patria, la literatura, además de la ciencia, dejando de lado el sentido humanista y la educación para la paz y la solidaridad. 

Durante el periodo neoliberal creció el número de personas que se apropiaron del discurso que justifica la corrupción, la impunidad y la violencia en la vida cotidiana; por eso, hoy vemos con tristeza que no son pocos quienes en redes sociales han replicado imágenes de la explosión, haciendo escarnio de la desgracia o señalando que “tuvieron su merecido” y hasta justificando que vivir bajo la corrupción e impunidad construida durante decenios era mejor en lugar de erradicar el mal. Una lamentable frase popular sintetizaría el deterioro moral que dejaron los gobiernos neoliberales: “El PRI robaba pero dejaba robar”. 

Combatir la corrupción que heredamos y la crisis social de valores que provocó el neoliberalismo no será una tarea sencilla, nuestro país necesita tranquilidad y paz; una de las maneras puede ser orientar la educación como lo mandata la Constitución, para desarrollar armónicamente todas las facultades del ser humano; fomentar el amor a la patria, el respeto a los derechos humanos y la conciencia de la solidaridad internacional; luchar contra la ignorancia y sus efectos, las servidumbres, los fanatismos y los prejuicios; contribuir a la mejor convivencia humana; fortalecer el aprecio y respeto por la diversidad cultural, la dignidad de las personas, la integridad de la familia, la convicción del interés general de la sociedad; los ideales de fraternidad e igualdad de derechos de todos, evitando los privilegios de razas, de religión, de grupos, de sexos o de individuos. Es urgente fortalecer el sentido humanista, recuperar la empatía, el diálogo, la solidaridad, el respeto.

Mis condolencias para las familias de Hidalgo que han perdido a un ser querido.

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da/i