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Los López amparándose
Porque nos la quitaron
La culpa es una de las emociones más perversas. Se manifiesta en nuestras decisiones y en cada renuncia. El dramaturgo sonorense Juan Carlos Valdés aborda esa experiencia en Piel de Metal que se presenta en el Teatro Blumenthal y que este viernes y sábado culmina su primer temporada.
Bajo la dirección de Eduardo Covarrubias y el sello del colectivo Teatro Nómada, Piel de Metal pone en la superficie mucho de lo que la sociedad insiste en mantener oculto. La familia como la gran ficción social no es una idea nueva, sin embargo, la dramaturgia de Valdés ofrece un origami infinito de posibilidades para la infelicidad, a partir del tremendo límite del duelo.
Silvia y Javier son dos seres imperdonables, o al menos esa es la categoría que la sociedad les adjudica. En la taxonomía moral de la clase media hay un lugar para ellos que equivale al infierno más oscuro en el que ambos conviven chocando eternamente, hiriéndose uno al otro como dos ciegos armados. Paloma Domínguez y Darío Rocas son los intérpretes de los complejos personajes que demandan una lectura tan fina como profunda para materializar cada pliego del origami emocional planteado por Valdés. Es un reto actoral que obliga a una búsqueda ardua y sofisticada.
La complejidad de montar una pieza dramática como ésta no estriba en una estructura formal que privilegia la narración o narraturgia, sino en las dimensiones contenidas del desconsuelo, en la multiplicidad de dobleces que Silvia y Javier poseen y que corresponde extender cuidadosamente –a veces– o desgarrar y mostrar lúbricamente, en otros momentos.
El dolor puede domesticarse, pero siempre tendremos la certeza de que su naturaleza fiera podrá emerger en cualquier momento con graves consecuencias. Esa fiera, sus gestos animales y gruñidos acechan todo el tiempo a los personajes. Domínguez y Rocas andan esos caminos con demasiado tiento, un cuidado que se puede convertir en superficial al maridarlo con un vestuario y escenografía que optan por una fría limpieza quirúrgica. La apuesta al contraste podría jugar a favor. Habrá que aventurarse más –desde la dirección y la actoralidad–, en los matices, correr más riesgos para que las bestias del dolor atraviesen el cuerpo de los actores y salgan para enriquecer un montaje que parte de un texto sumamente provocador. Piel de metal es una buena opción para acercarse al teatro, para recordarnos la otra cara del amor.
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JJ/I