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Aceves Navarro, o cómo nunca hacerse viejo

Cuando conocí a Gilberto Aceves Navarro todavía daba vueltas cargando lienzos enormes. Yo trabajaba en Ocio cuando Humberto Baca y Cecilia Santos del Taller de Grabado Chapultepec me invitaron a entrevistar al maestro. Llegué y mientras fumaba me explicó que su nueva serie, La Conquista, estaba inspirada en un poema de Octavio Paz y en las decenas de libros de historia que se había rezampado en pocos meses. Creo que sabía que un artista de su altura debía dejar en la memoria visual una reinterpretación de un aspecto que para nuestra identidad nacional resulta indispensable. Supongo que le caí bien. Me invitó a escribir un texto en el libro que sobre ese trabajo en pintura y grabado editó el Centro Cultural Exim, tomo que puede leerse enterito en el sitio web de la empresa, que ojalá retome sus inversiones artísticas.

La segunda vez que entrevisté a Aceves Navarro él fumaba e inhalaba de una mascarilla de oxígeno al mismo tiempo. Para entonces, también con Humberto y Ceci, trabajaba en una serie de grabados y esculturas sobre bicicletas; una se quedó en la glorieta de avenida México y López Mateos y las otras volaron a Nueva York. Fuimos a la comida india y cuando una cucaracha cruzó la mesa sólo dijo: “Sí. Es auténtica comida india”. Ese día supe que había trabajado con Alfaro Siqueiros, que cruzó la Ruptura y que planeaba una pieza en acción rompiendo una pieza prehispánica a la manera de Ai Weiwei. Allí comprendí que el artista también tiene la responsabilidad de apertura, de vivir con pasión e interés cada momento, cada ruptura y transformación. Al contrario de muchos, la curiosidad de Aceves Navarro jamás se transformó en censura. No fue el censurado que con los años se transformó en censor, como sucedió con muchos de sus colegas y otros críticos que –este es un sarcasmo– se autoproclaman censores de los buenos modales artísticos (“esto SÍ y esto NO es arte”). Esa libertad absoluta mantuvo al maestro joven, vanguardista, experimental y, sobre todo, contemporáneo.

Cuando me pregunto y me preguntan sobre cómo envejecer pienso en Gilberto Aceves Navarro, incluso hice un pacto con varios amigos artistas para regañarnos si nos vemos encorvados, enojados o amargados frente a los nuevos tiempos. Quiero ampliar mi espectro creativo, no cercarlo. La tercera vez que entrevisté al maestro ya no fumaba, sólo inhalaba oxígeno de un tanque y platicaba con un hilito de voz. Lo vi joven y pintando enormes formatos. Platicamos sobre ese día en que José Luis Cuevas golpeó a Juan García Ponce después de un concurso de pintura que ganó el hermano del crítico. Se rio recordando eso y después me preguntó, también sonriendo, por las novedades de Jorge Méndez Blake.

@doloresgarnica

JJ/I