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Se separaron
Mejor restar
Incluso a lo lejos era fácil identificarlo. Por lo general, como parte de su indumentaria cotidiana, portaba una gorra, chaleco, morral y pulseras en la muñeca de su mano derecha. A pesar de que era muy dado a expresar palabras altisonantes, no recuerdo haberlo visto de mal humor sin importar si pasaba momentos desagradables, lo cual era bastante común por el tipo de trabajo político que realizaba. Fue testigo de asesinatos, desapariciones, golpizas, explotación y abusos que padrotes y madrotas, policías, jueces y otros agentes del delito organizado realizan contra las trabajadoras sexuales. La denuncia de tales hechos como la promoción de la organización social de ellas para defenderse de tales sujetos, cuidar su salud y dignificar su trabajo, fueron, durante décadas, algunos de los ejes del hacer político-organizativo de Jaime.
Me resulta imposible hablar de él de manera individual. No lo recuerdo solo. Desde que lo conocí y hasta el 5 de mayo cuando me enteré de su fallecimiento por Covid en la Ciudad de México, a su lado siempre estaba su compañera de vida y lucha, Elvira Madrid. Siendo estudiantes de sociología en la UNAM el tema del trabajo sexual los atrapó y los llevó a fundar hace más de 25 años la Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer Elisa Martínez. A través de dicha instancia realizaron un importante trabajo político organizativo con las trabajadoras sexuales en varias ciudades del país, incluida Guadalajara, específicamente en el histórico barrio de San Juan de Dios. En las comunidades zapatistas también efectuaron diversos talleres para prevenir el sida y los embarazos no deseados.
En los talleres que realizaban, siempre resultaban inquietantes las pruebas rápidas para detectar VIH o cualquier otra enfermedad sexual transmisible. Así mismo, eran sonrojantes las instrucciones de Elvira respecto a cómo hacer mejor uso del condón Encanto, marca que la Brigada Callejera logró registrar con los más altos estándares de calidad y que distribuían con precio de un peso.
Juntos tenían una plática interminable. Era cosa de acomodarse cómodamente en algún espacio y tener disponibilidad de tiempo. Podían pasar varias horas, incluso días, sin que se agotara su ímpetu para compartir sobre temas como: la situación de las trabajadoras sexuales; las políticas de los gobiernos siempre contradictorias y doble moral; sus diferencias políticas e ideológicas con grupos feministas, académicas, ONG respecto del trabajo sexual y su traducción política; las diferentes tendencias de la izquierda con las que se confrontaban cotidianamente y, desde luego, el zapatismo, horizonte político del que eran adherentes de manera crítica.
El día que los conocí y supe de la Brigada Callejera lo tengo muy presente. Fue el 21 marzo de 2006 cuando en el Auditorio Salvador Allende de la UdeG se realizaba el Encuentro Nacional de Intelectuales con el EZLN. Casi para terminar el evento, sorpresivamente, las trabajaras sexuales ocuparon los laterales y el centro del auditorio para exigir ser escuchadas. El auditorio a tope estaba azorado.
El Subcomandante Marcos las invitó a subir al presídium y les cedió el micrófono para que dijeran su palabra. Y así lo hicieron. Perspicaz, el sociólogo Pablo González Casanova, ahí presente, apuntó que ese había sido el mejor momento del encuentro. Y concluyó diciendo: “Esta reunión inició con los trabajadores de la razón, y terminó con las trabajadoras del corazón”.
Fue así que supe de Jaime y Elvira. Hoy él ha muerto y ella lucha por su vida. Su peregrinar, de hospital en hospital, niega las versiones optimistas del gobierno sobre la pandemia. Como muchas otras personas, él tampoco fue atendido a tiempo.
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jl/I