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El miedo paraliza, es enemigo de la libertad y la razón. Mucho se ha escrito a lo largo de la historia sobre este concepto, ya sea desde la psicología, la sociología, la ciencia política, la economía o la literatura. El miedo también es un mecanismo de control de la voluntad de las personas. Esto Maquiavelo lo sabía muy bien. El temor era concebido por el pensador florentino como un efectivo instrumento para garantizar la seguridad del príncipe.
Julio Cortázar describe, en un brevísimo cuento, el sentimiento de persecución infatigable al que nos enfrentamos los seres humanos durante buena parte de nuestra vida. En Instrucciones para dar cuerda al reloj nos receta de entrada una sentencia que parece infranqueable y determinante: “Allá en el fondo está la muerte, pero no tenga miedo”.
Lo que Cortázar plantea en este relato es que siempre, hagamos lo que hagamos, el telón de fondo de nuestra existencia será la muerte, una especie de impulso esencial que construye la relación entre el tiempo y la vida. De ahí que la muerte se haya constituido en la pareja ideal del miedo, su comparsa, su cómplice.
El miedo se ha concentrado en tres motivos o razones sustanciales: miedo a que las incomprensibles fuerzas de la naturaleza nos aniquilen, miedo de morir a causa de una enfermedad y miedo de ser asesinados por otro ser humano. La tragedia es que, de una u otra forma, una de estas tres opciones se hará realidad en algún momento. No hay escape.
Vivir con miedo no es vivir, dicen algunos. Sin embargo, en este país y en este estado (Jalisco) así lo hemos hecho. El terror, la zozobra y la incertidumbre han tenido un lugar asegurado en nuestro día a día desde hace mucho tiempo. La existencia plena que parece experimentarse en otros lugares, en Jalisco es un sueño guajiro, una fantasía cada vez menos probable.
La pandemia de Covid-19 sólo vino a sumarse a una larga lista de “factores de riesgo” que los jaliscienses debemos sortear todos los días. Es mentira eso de que “éramos felices, pero no lo sabíamos”, como rezan algunas sentencias que circulan en las redes sociales. El miedo aquí tiene carta de residencia y muchos rostros y representaciones.
En Jalisco –y quizá en muchos estados del país– tenemos miedo de salir a la calle a correr o a andar en bicicleta. Muy cerca de donde yo vivo le han arrebatado, con lujo de violencia, el celular a muchas personas que estaban exponiéndose, o sea, haciendo ejercicio.
Tenemos miedo de ir a un café o a un restaurante en nuestra propia colonia. En las últimas semanas ha habido asaltos a mano armada en tres lugares a los que solemos ir. En mi café favorito y en el restaurante de comida japonesa favorito de mi familia mataron a un hombre, un crimen en cada lugar. Así nada más, llegaron, les sacaron una pistola y los mataron, uno de ellos, frente a su familia.
También experimentamos terror cuando nos enteramos de las fosas clandestinas llenas de cuerpos humanos que aparecen, con toda su inexplicable atrocidad, en Tlajomulco, lugar donde viven queridos amigos, o en Zapopan, un municipio cercano y entrañable.
Tenemos miedo porque todos los días nos enteramos de los asesinatos, las ejecuciones y las desapariciones en Lagos de Moreno, Chapala, Puerto Vallarta, Tonalá, Tlaquepaque, Tequila, Jalostotitlán… Aunque sea “entre ellos”, entre “malosos”, las muertes violentas de seres humanos pesan igual en la conciencia colectiva y en el ánimo social.
Nos da miedo que nuestras hijas, hermanas, sobrinas y amigas salgan a la calle, tomen un taxi o manejen sus propios autos. Al iniciar este inolvidable 2020, Jalisco ocupaba el tercer lugar en feminicidios a nivel nacional. El Salto y Juanacatlán, los municipios con más casos.
La pandemia no trajo el miedo a nuestro estado, antes de ella ya nos daba miedo que nuestros hijos fueran a algún antro o bar porque sabíamos que esos lugares eran de alto riesgo para su seguridad. Cerca de 30 por ciento de los crímenes perpetrados en el estado son contra jóvenes de entre 18 y 35 años.
A esta infame lista de temores y miedos se suma ahora el Covid-19. El virus que nos obliga a andar con cubrebocas, a tomar sana distancia, a lavarnos las manos y a quedarnos en casa. Pero ojo, el nuevo coronavirus no es el factor que detonó este sentimiento de pánico que experimentamos los que tratamos de hacer nuestra vida en la Zona Metropolitana de Guadalajara y en el resto del estado. Aquí la tranquilidad se perdió desde hace mucho tiempo y el trabajo de los políticos y las autoridades de todos los niveles, colores y sabores, no se ha traducido en seguridad y en mejores condiciones de vida para la población.
De hecho, es posible que la pandemia y nuestras largas estancias en casa hayan reducido un poco nuestro temor de enfrentar los riesgos que representan las calles. Muchos amigos y familiares dicen sentirse más cómodos y tranquilos de que sus familias, y principalmente los más jóvenes, estén la mayor parte del tiempo en el hogar.
Por todo esto y trayendo a colación la idea de Maquiavelo que expuse al inicio de esta entrega, parece que en Jalisco el Estado no utiliza el miedo para mantener el poder y controlar las voluntades de sus subordinados, aquí el Estado también tiene miedo y experimenta la impotencia de cualquier ciudadano de a pie.
Frente al crimen y la delincuencia organizada el Estado es uno más de nosotros, solo, asustado, incierto y sin capacidad de respuesta. Está rebasado y eclipsado por una fuerza mayor, y en ese contexto los ciudadanos somos más pequeños y más insignificantes aún.
En la relación entre la muerte y el miedo, nuestros gobiernos son unos espectadores más, pues se saben incapaces de incidir a favor de nuestra tranquilidad y quitarnos el miedo de morir asesinados y dejarnos lidiar, solamente, con el temor de infectarnos por un virus mortal.
*El autor es consultor político y profesor del Departamento de Estudios Políticos de la Universidad de Guadalajara
jl/I