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Los partidos, con larga cola pisable

Los partidos políticos pasan por mínimo tres fases en sus años iniciales. Algunos no superan la primera, otros se diluyen en la segunda, y los hay que en la tercera se afianzan y puede que lleguen a consolidar su poder. En esos lapsos son camaleones que en ocasiones cambian de nombre, adaptándose a los tiempos políticos. Pueden o no ser fases lineales, al regresar a una y permanecer durante pocos o muchos años en cada una. Al menos es lo que se observa en México. 

En ese proceso, a los partidos políticos les va creciendo la cola que luego les será pisada desde adentro, en menor medida, o desde afuera por sus opositores y los electores. Una de las características de los partidos es que ninguno se escapa de mostrar una cola que les pisen, que se asoma ligada al instituto político, a sus dirigencias o a sus militantes destacados. 

La primera fase es el periodo en que son construidos. Sus promotores elaboran principios rectores, planes de gobierno, lineamientos éticos y posturas concretas ante problemas específicos del estado o el país. Se trata de documentos que plasman su ideología política, donde prometen soluciones a los grandes retos nacionales. Es común que empiecen como una agrupación que deviene en partido. Buscan atraer simpatizantes y la confianza de los ciudadanos. Es el discurso de la seducción político-electoral. Se ofrecen como la alternativa, la única opción, el partido que anhela y falta a la nación; y buscan deslindarse del resto de institutos, a los que critican de manera puntual y permanente. Ante el declive de sus contrincantes en el gobierno, los nuevos partidos anhelan se les identifique como la esperanza viable en el mercado político electoral. 

Una segunda fase es cuando entran a la contienda por los diferentes cargos de elección pública. Con una organización avalada por las autoridades electorales, su menú es la apetecible obtención de regidurías, sindicaturas, alcaldías, diputaciones locales o federales, senadurías, gubernaturas y la Presidencia de la República. Cada cargo significa el acomodo de militantes y el pago de compromisos. La fase puede significar su derrota, como sucedió el 6 de junio de este año con los partidos que no alcanzaron el mínimo de votos. Si obtienen espacios de poder, los nuevos partidos continúan con su discurso de ser la única opción democrática que, ahora sí, solucionará los múltiples problemas que otros partidos no resuelven. Son vendedores de ilusiones. 

La tercera fase es cuando se asientan en el poder. Es una fase que dura años, incluso décadas, como sucedió con el PRI. Es cuando se amoldan a un sistema político corrupto, demagogo, impositivo, injusto y ajeno a los intereses de las mayorías marginadas, estereotipadas y violentadas en sus derechos. Su discurso original queda como retórica auto legitimadora que topa con la realidad política, económica y social. Se suman gustosos a las complicidades de la partidocracia. El trasatlántico que prometieron conducir a buen puerto, empieza por hacer agua. 

Entre tumbos, los partidos suben y bajan en las preferencias, atizadas por sus vicios, pugnas internas, irregularidades y escándalos. Sus decisiones apuntan más hacia los intereses del partido y de las cúpulas del poder. Ahí están, solo por mencionar ejemplos recientes, Movimiento Ciudadano (sin incluir las cuestionables decisiones de sus diputados en el Congreso del Estado), el Partido del Trabajo, Morena y el Partido Verde, todos sancionados con millonarias multas, por prácticas vergonzosas, por el Instituto Nacional Electoral. O las alianzas de senadores del PAN con la ultraderecha española, otro caso que exhibe el fondo fascistoide del panismo. 

Partido por partido, cada uno tiene en su historia una larga cola que le pisen. 

Twitter: @SergioRenedDios

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