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¿La primera guerra religiosa del siglo 21?

Cuando Vladimir Putin llegó al poder a principios de los años 2000, Rusia ya no tenía ninguna ideología. El Kremlin se enfrentó entonces al vacío dejado por la caída de la URSS y el abandono del comunismo. 

Según los estudiosos de la sociología de las religiones, como el historiador Armando González Escoto, para llenar este vacío, “quienes estaban en el poder político emprendieron la restauración de la Iglesia ortodoxa rusa”. 

Como en un mundo distópico, será entonces la iglesia la que dará al Estado lo que le falta: una meta, una misión, tanto histórica como metafísica, con objetivos de unificación. 

Una guerra siempre debe ser explicada antes de que comience. Antes de necesitar armas, necesitas una narrativa para convencer a la gente de su validez, para que la apoyen. 

La idea de un “mundo ruso” es lo que subyace en la invasión de Ucrania, que le da así un marco conceptual. 

Esta nueva ideología del gran mundo ruso servirá sobre todo para movilizar a los rusos, para crear las condiciones en las que pudieran vivir juntos. 

“No sólo estamos viendo el surgimiento de una especie de religión civil que garantiza la cohesión social y permite a las personas unirse en torno a valores comunes, se está dando una especie de fusión entre los postulados del patriarcado de la Iglesia ortodoxa, con el nuevo imperialismo de Vladimir Putin”, declara González Escoto. 

Esta nueva visión se usa para definir enemigos y trazar los contornos de una guerra contra el mal. El Kremlin no está siguiendo una lógica simple de expansión territorial. La guerra en Ucrania es de otra naturaleza. Se libra en nombre de una misión de unificación religiosa, de protección de una especie de “tierra santa” contra Occidente, contra los países occidentales considerados heréticos, malvados y mentirosos, por ser católicos o protestantes. En otras palabras, es la expansión de la “civilización ortodoxa”, que es la otra gran idea que los teólogos ortodoxos deben comprender hoy. 

Hablar de civilización ortodoxa le permite al Kremlin no limitar a Rusia a sus fronteras. En 2016, Vladimir Putin pronunció un discurso explícito durante un acto cívico en Moscú. En el escenario, el presidente ruso le pregunta a un niño: “¿Dónde terminan las fronteras de Rusia?” “En el estrecho de Bering”, respondió el niño. “No, las fronteras de Rusia son infinitas”, respondió Putin. 

Según el teólogo ortodoxo ruso Cyril Hovorun, “Putin tiene una relación hegeliana con la historia. Para él, la historia está impulsada por ideas que justifican sus acciones”. 

Y ejemplifica que en los discursos habla del “mundo ruso”, en el que se ve a sí mismo como el redentor; en otras palabras, su relación con la historia también es mesiánica: “La Santa Rusia”, que encarnaría el bien, estaría protegida contra las fuerzas del mal, representadas por Occidente. 

El teólogo Hovorun enfatiza que la teología ortodoxa actual debe ser “desputinizada” y más ampliamente liberada de esas tendencias fascistas. 

González Escoto argumenta que “en teoría, según la Constitución rusa, el Estado y la iglesia están separados. Pero, en realidad, podemos ver claramente que el sueño es recrear una especie de ‘sinfonía bizantina’, o sea, una fusión entre los poderes políticos y religiosos”. 

Así, esta postura sociopolítica le quita a la iglesia toda dimensión profética y la hace esclava de la política. Pero para algunos ortodoxos rusos, este es un regreso a una época dorada, a la grandeza pasada. Por eso es que necesita a un hombre fuerte como Putin, que hace de Basileus –el emperador bizantino–, para soñar con un imperio ortodoxo que sea fuerte y duradero. 

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