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Cuando la muerte y el dolor fueron nichos de oportunidad (I)

En México, casi desde mediados del año, las autoridades empezaron a preparar las condiciones para declarar, aunque no explícitamente, que la pandemia, después de más de dos años, había sido superada. Eso sucedió desde el momento en que se dispuso que todas las actividades volvieron a la “normalidad”, que el uso del cubrebocas pasara a la categoría de opcional y que en muchos lugares públicos desapareciera el gel igual que la exigencia de la sana distancia.

Así como al principio no sabíamos mucho de la pandemia y el virus SARS-CoV-2, al final existen versiones que afirman que no se sabe con precisión cuántos millones de personas han muerto en el mundo: ¿10 o 20 millones? En realidad, eso no preocupa a quienes tienen una visión neomaltusiana o fascista. Los primeros dirían: cualquier cantidad de muertos no tiene ninguna importancia cuando somos alrededor de 8 mil millones de personas los que habitamos el mundo. Por su parte, los segundos afirmarían: murieron los débiles, los que igual morirían y significaban una carga para la sociedad productiva y el Estado.

Desconcertados y aterrados. Ese fue el efecto cuasi inmediato de las políticas sanitarias globales y nacionales; de la infodemia, la certeza temprana de las insuficiencias mortales del sistema de salud pública y la ignorancia de la ciencia médica respecto del virus y su comportamiento. De inmediato, en general, socialmente se observaron dos actitudes: por un lado, se aceptaron acríticamente las indicaciones sanitarias suponiendo, como en otros casos, que se trataría literalmente de una cuarentena y, por otro, se manifestó un alud de opiniones que, unas en tono crítico y otras profetizando decían de lo que ya no deberíamos seguir haciendo cuando la pandemia fuera superada. Parecía que una subjetividad social mundial emergía impulsada por la pandemia y sus imágenes apocalípticas.

Pero los 40 días se convirtieron en meses; transcurrió un año de encierro, luego dos y la pandemia siguió habitándonos mientras que la información veraz y el actuar común y responsable de las autoridades políticas y sanitarias en cada país y a nivel mundial nunca llegó. Mientras tanto, por los efectos de la pandemia y otras enfermedades, vimos morir o supimos del fallecimiento de mucha gente a nuestro alrededor.

Mi amigo José Antonio Vital Galicia, un trabajador y sindicalista del sector salud de la Ciudad de México, apenas iniciada la pandemia, como previniéndome para lo que venía, me dijo: la mayor parte de la población se contagiará, pero muchos ni siquiera se darán cuenta. Morirá mucha gente. Tenía 63 años y pocos días antes de su muerte (05/03/22) lo vi en fotos en su última protesta en el Zócalo. Seguro todos tenemos una lista de quienes perdimos durante la pandemia.

Sistema inteligente y perverso. Este pronto se dio cuenta que la pandemia lo pondría en cuestión si se comprendía que ésta era un claro resultado de la crisis ambiental y el colapso climático que provocan las formas globales de acumulación capitalista. La enfermedad y la muerte es algo consustancial a este sistema, pero nunca en la historia, en tan poco tiempo y en todo el mundo, había provocado tantas muertes prematuras e injustificadas.

No estábamos bien antes. No estamos bien ahora. Mucho de lo dicho tempranamente, fue motivado por el miedo al contagio, a la muerte prematura y en soledad; a la pérdida o alteración significativa del confort y de la estabilidad precaria. Se temía, como sucedió, que pudiéramos estar peor. El miedo a morir hizo ganar a la idea contrainsurgente de volver a la normalidad que antes cuestionábamos.

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