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Alfaro, construcción de un maximato (V)

La prensa -el amplio ecosistema de los medios de comunicación-, integra un bloque extremadamente útil como enemigo, porque deliberadamente se ignora la enorme pluralidad que hay al interior de cada proyecto, y porque es el rival más débil, incluso más en estos tiempos de crisis del modelo de negocios tradicional, en que la prensa “convencional” agoniza y los proyectos “alternativos” pueden ser fáciles de financiar y de secuestrar desde el poder… o por el contrario, de desactivar, desde la lógica de su magra economía.

La ventaja de “el rival más débil” es que el costo político de atacarla es bajo; hay una incomprensible ausencia de valoración ciudadana a la importancia de tener una prensa independiente y robusta; el gobernante lee con claridad esta abulia cívica, y contribuye con campañas de acoso y calumnia para desacreditar más a una profesión que por naturaleza le es incómoda.

Para ello, los “ideólogos” del alfarismo han hecho lo mismo que todos los asesores del populismo: abrazar teorías simples, más o menos conspirativas y más o menos cínicas, que se sintetizan así: La prensa siempre sirve a intereses; los dueños siempre tienen historias turbias (a veces criminales); el periodismo, como institución de la sociedad liberal, indefectiblemente está en contra del cambio social que preconizan los caudillos; el periodista siempre sigue la línea del jefe, no es un profesional respetable que piense por sí mismo. Ergo: al criticar, siempre conspiran. 

En el modelo de sociedad propuesto por Alfaro, el gobernante recupera la función de sancionador moral de la libertad de prensa. Recuerdo que el exalcalde de Guadalajara acudió a un programa de radio de un periodista “afín” a su movimiento, y le dijo como elogio: “tú sí nos has pegado bien”. Que el comunicador en cuestión recibiera subvenciones del gobierno municipal, solo probaba su buena fe.

Luego, cómo olvidar el asalto a los conductores de Radio Metrópoli el 3 de enero de 2018, con “carpetota” en mano para reclamar no solo los cuestionamientos centrales, sino los gestos irónicos, los devaneos de duda, cualquier cosa que, a pretexto de libertad de expresión, fuera útil para sus adversarios y manchara levemente la inmaculada imagen de un líder que vino a cambiar a Jalisco, y no puede ser juzgado con los parámetros de los políticos tradicionales (sí, vino del PRI; sí, se curtió en los intereses partidistas, pero “hay plumajes que cruzan el pantano y no se manchan”, decía Díaz Mirón; decenas de veces citado por su mentor en política, Andrés Manuel López Obrador, otro expriista de larga data).

No se necesita a estas alturas ser un genio para entender que a Enrique Alfaro no le interesa la libertad de prensa, sino la propaganda. Usa el dinero público para financiar su propio modelo de comunicación. Es la historia tanta veces contada de la triada de empresas Euzen, La Covacha e Indatcom. Pero no es mera propaganda, es un modelo de hacer política que se basa en la premisa de que la verdad no existe, sino “el relato”, y que la superioridad moral del caudillo, asumida a priori, hace legítima cualquier acción contra “los adversarios” (la palabra “enemigo” está prohibida… el caudillo no odia ni guarda rencor). Por eso la trotskista frase del “basurero de la historia” para los críticos, pues la verdad la define el poder, el que gana. ¿De qué confusa amalgama ideológica bebió esta sabiduría? Al menos reconoce a un gurú de carne y hueso: Rafael Valenzuela, su amigo, el Themis (una deidad preolímpica que encarna la justicia desde la naturaleza) de Euzen (en griego: “el buen vivir como consecuencia de la buena política”…). 

Hay cosas que no se pueden evitar: los medios de gran audiencia reciben dinero público porque son “mal necesario”, por ejemplo, la televisión. A los críticos se les castiga. Se pagan “medios alternativos” y se manejan tendencias en redes sociales. La misma receta del obradorismo. Lo central es la visión patrimonialista del dinero público: “no pago para que me peguen”.

Entonces, ¿qué hacemos con la prensa? En la democracia liberal, los medios son mejores o peores, la audiencia decide.  Pero es contrapeso que reduce el daño. El mal del poder se potencia cuando es monopolio. Este es el genio de la democracia. En cambio, en autoritarismo, decía Camus, “toda la prensa es mala”. Pero como ha quedado claro, la verdad no importa.

Twitter: @agdelcastillo

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