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Guadalajara ¿sustentable?

Durante mucho tiempo he pensado que el término ciudad sustentable es una contradicción en sí misma. Asumiendo que una metrópoli lograra resolver todos sus problemas de contaminación, de servicios, de tránsito, de vivienda (y un largo etcétera), esto sólo generará las condiciones para atraer más gente que quiera vivir ahí, lo que en poco tiempo causará un desequilibrio, y es evidente que no se puede prohibir por decreto la migración hacia las ciudades. 

La ciudad es en sí un gran invento. Los núcleos de población permiten la especialización, lo que, a la larga, genera riqueza, acumulación de bienes y la creación de satisfactores cada vez más sofisticados y complejos para la vida humana. Además, cuando la gente está ubicada en lugares concentrados es mucho más fácil y barato proveer servicios, desde la defensa del territorio (pensemos en las ciudades amuralladas de la Edad Media) hasta la instalación de servicios como electricidad, drenaje, o Internet. La ciudad se convierte en un imán migratorio, ya que ahí es más fácil conseguir los satisfactores mínimos, aunque se pierda en otros aspectos: es más caro vivir en una ciudad que fuera de ella y por supuesto que hay otros problemas asociados a las altas concentraciones de personas; sin embargo, en el balance de las cosas, resulta mejor vivir dentro de una urbe que fuera de ella; de hecho, a nivel mundial, actualmente ya hay más personas viviendo en ciudades que fuera de ellas. 

Lamentablemente, a medida que las metrópolis siguen creciendo, los problemas que generan cambian de naturaleza. Por un lado, hay asuntos que se complican dada la escala de las necesidades: ¿cómo llevar suficiente agua o alimentos para todos?, ¿cómo lograr una movilidad eficiente y a bajo costo? Pero también hay problemas que nacen una vez que las ciudades crecen más allá de cierto punto: la gentrificación, el abandono de los centros, el crecimiento de viviendas en zonas no adecuadas. En muchos lugares, las ciudades no han pasado estos límites porque se ubican en países con características notables: su crecimiento poblacional se estabilizó desde hace mucho tiempo, tienen sistemas políticos que favorecen la distribución del poder (no están exageradamente centralizados) por lo que en lugar de tener megalópolis tienen muchas ciudades medias, pero que, sobre todo, lograron crear políticas de crecimiento razonables. 

Este es el asunto medular en el caso de Guadalajara: cuando hace más de 30 años que la ciudad comenzó a crecer dramáticamente, no hubo una planeación que controlara esta expansión; hubo principalmente tres motivos perversos para ello: el primero es que las participaciones federales a los municipios están en función de su población, lo que generó incentivos para su crecimiento más allá de sus recursos propios: Tlajomulco fue (y sigue siendo) uno de los municipios de mayor crecimiento poblacional en las últimas décadas. El segundo tiene que ver con la especulación de la tierra y los intereses inmobiliarios que fomentaron el crecimiento hacia la periferia; y el tercero fue la rampante corrupción de los gobiernos que permitieron (y siguen permitiendo) que privaran dichos intereses, al tiempo que fueron omisos en el ordenamiento territorial y la creación de infraestructura adecuada y suficiente. 

Es urgente que como sociedad exijamos a las autoridades municipales y estatales que se fijen límites al crecimiento urbano y que no se transija más con los intereses económicos. No a la venta de la Villa Panamericana ni al fraccionamiento de La Primavera ni al crecimiento desordenado. Ya basta.

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da/i