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Un México violento
Porque nos la quitaron
No han sido pocas las veces en las que me he preguntado a qué me dedicaría si por alguna razón o azar, de esos que llamamos vueltas del destino, no hiciera lo que actualmente hago.
Y por supuesto que, desde muy joven, me he imaginado otras posibilidades, por lo menos con la idea de que puedo aprovechar algunos talentos para lograrlo.
Claro, para poder plantear lo que podría ser tengo que definir lo que soy, lo que hago. En general, me describo como una persona que cobra por corregir textos. Siempre lo he hecho, desde la universidad. Mis compañeros más cercanos me pedían que revisara sus escritos, la mayoría de estos eran académicos, para rectificarles la ortografía, la sintaxis y alguna que otra imprecisión. Por supuesto que a ellos no les cobraba. Era más como una labor social entre compas.
He reporteado, he sido correctora de estilo, he escrito (como lo hago ahora), he conducido de forma emergente algún programa por allí perdido en los anales de mi memoria, he coordinado ediciones de revistas, he hecho síntesis informativas, he encabezado equipos de trabajo…
Si no me dedicara a revisar las letras de otros (y a hacer las mías), lo primero que me viene a la mente sería dedicarme al estudio de esas mismas letras que luego se convierten en palabras. En vez de haber estudiado la Licenciatura en Estudios Políticos y Gobierno de la UdeG habría optado por estudiar filología. ¡Hasta la palabra es bonita!
De acuerdo con el Diccionario del Español en México, del Colegio de México, la filología es la “ciencia que estudia los textos escritos para desentrañar su origen y su evolución, y de esta manera conocer las culturas de donde provienen. Se vale de conocimientos lingüísticos, literarios y de otras disciplinas”.
“Desentrañar su origen”… ¿A poco no se lee precioso? Recorrer, hasta su partícula primigenia, la vida de cada palabra, de cada texto; saber cómo es que llegaron hasta este lugar, donde ahorita alguien (tú) lo lees; donde la tinta y el papel (o los circuitos de las versiones digitales) nos permiten que la vocecita de nuestra cabeza los entienda; conocer su camino, los recovecos que han sorteado para que nuestros cerebros puedan entenderlos como lo hacemos.
Si no me dedicara a revisar las letras de otros (y a hacer las mías), lo segundo que me viene a la mente sería dedicarme a escribir cuentos para niños. Neta, neta, neta… Me parece maravilloso cómo hacen los escritores de historias para crear textos extraordinarios, a la altura de lectorcitos ávidos y con ojos limpios, quienes están en proceso de descubrir su entorno e incluso el mundo entero. Lograr su asombro y hacer que haya chiquillos que se sepan casi de memoria los cuentos, de tanto que les gustan y emocionan.
En una de esas, si me apuran, hasta me gustaría tener los conocimientos suficientes para ilustrar cuentos, porque la verdad es que son las imágenes una parte esencial de muchas de las historias, en las que casi no podría existir una parte sin la otra. Será por eso que admiro tanto a los ilustradores de los cuentos infantiles, con sus trazos que podrían parecer llenos de imperfecciones, pero que en realidad son un estilo que está hecho para que los niños se enamoren más fácilmente de esos objetos llenos de hojas.
Si no me dedicara a revisar las letras de otros (y a hacer las mías), lo tercero que me viene a la mente sería dedicarme a dar clases de secundaria o preparatoria. Me gustaría convertirme en alguno de esos maestros grandiosos que se encuentran en las películas o series, que son inspiradores al tiempo que educan con rigidez y cariño. Yo tuve varios de esos maestros y tal vez, si no estuviera aquí ahorita, estaría preparando una clase para el lunes (bueno, no el próximo, porque es festivo y no habrá clases)…
Pero no… yo me dedico a revisar las letras de otros (y a hacer las mías)…
Aquí estoy.
Twitter: @perlavelasco
jl/I