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Mujeres e indígenas, en la primera fila de los cambios

La historia oficial que conocemos de México es, primordialmente, la de quienes lideraron movimientos políticos y sociales. Desde la escuela primaria conocemos a Hidalgo, Morelos, Juárez, Cárdenas y una larga lista de personajes, la mayoría varones. Según la teoría y el método utilizado será lo que se observe, indague y el énfasis en lo que se descubra. Si la historia se contara desde una perspectiva de género o una de derechos humanos, por ejemplo, los resultados cambiarían. También, habría una voltereta distinta si se narra a partir de un análisis de la economía política mexicana y la crisis del Estado, “rastreando sus raíces históricas en el proceso de la lucha de clase, acumulación de capital y el nacimiento del Estado moderno autoritario-tecnocrático”, como lo hizo el historiador, sociólogo y analista James D. Cockcroft en su libro La esperanza de México. 

Una de las conclusiones de su investigación es que durante la historia de México son dos los principales protagonistas de las luchas y movimientos sociales: los indígenas y las mujeres. Participaron en procesos que se remontan siglos atrás, pero desde los años 40 del siglo 20 estuvieron acompañados y acompañadas de las masas pauperizadas del país, sectores de la clase media, los nuevos movimientos sindicales proletarios y rurales, estudiantes e intelectuales. 

Sin embargo, el papel central para cambiar al país le correspondió a las mujeres e indígenas en la lucha de clases para transformar el país, reitera Cockcroft en su investigación, que llega hasta 1998. Justo dos años antes de que perdiera las elecciones el PRI, partido al que cuando las clases populares lo desafiaban, “en realidad estaban desafiando al principal mecanismo de control de la burguesía” que, añado, le pasó ese control al PAN en 2000 para que luego lo retomara el priismo. 

Conocí a Cockcroft durante una conferencia que dio a trabajadores de la Universidad de Guadalajara. Tuve la oportunidad de entrevistarlo. Sus aportaciones son interesantes, novedosas, movilizadoras, diferentes a lo que comúnmente es el discurso oficial. Se salen del marco de las opiniones ligeras, obvias o intrascendentes. Entre su medio centenar de libros escribió Precursores intelectuales de la Revolución mexicana, que es invaluable para conocer ese importante periodo de la historia del país. Es un clásico bastante documentado como La esperanza de México. 

En la conclusión de este último libro que se acerca a las 500 páginas, el intelectual canadiense fallecido el año pasado escribió que, “debido al patriarcado y a la ideología de género con él relacionado, el capital ha tenido una capacidad añadida para sobrexplotar a las mujeres, lo que es una razón detrás de la creciente participación de las mujeres en los sectores tanto formal como informal de la economía mexicana”. Las mujeres de México, como sus indígenas, “tienen que pelear una lucha doble: una basada en la clase y otra basada en exigencias específicas de género”. 

Y, hace 20 años, señalaba que al igual que las mujeres indígenas, “las mujeres trabajadoras de todos los grupos raciales y étnicos se están unificando cada vez más en torno a demandas tanto de clase como de género”. Y, visionario, anticipó: cada vez más, indígenas y mujeres están en la primera fila de todos los movimientos sociales de México para el cambio político y económico; y reiteró que en México “siguen siendo decisivos para el éxito de cualquier transformación política”. Tuvo razón: están en la primera fila de los cambios, ahora con movilizaciones de mujeres para detener la violencia en su contra, los feminicidios y la impunidad. En ese proceso histórico que narra Cockcroft puede insertarse el paro nacional del 9 de marzo. 

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