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Privilegios masculinos 

Quienes nacemos en una situación de privilegio tendemos a asumir como natural y normal estar en una situación ventajosa con respecto a otras personas; incluso llegamos a pensar que nos lo merecemos, y nos enojamos cuando alguien cuestiona la justicia de que recibamos un trato preferente sin que tengamos méritos reales, propios, no derivados de las circunstancias de nuestro nacimiento. De hecho, llegamos a mirar con sospecha o desdén a quienes se esfuerzan por acceder a los espacios de los que gozamos. 

Además, la sociedad en general está diseñada para reconocer y valorar a las personas privilegiadas y a ponerlas en un lugar diferente al del resto de la población, por lo que desde todos los ámbitos reciben el mismo mensaje que refuerza la idea de que así deben ser las cosas. Sólo en ciertas circunstancias, y cuando existe una profunda honestidad, se puede ir tomando nota del privilegio, y de lo indebido de algunas ganancias que deja. Y después de eso, se requiere aún más esfuerzo para utilizar la propia situación ventajosa para modificarla en favor de quienes injustamente han quedado fuera. 

Esto que comento, que puede aplicar a muchas situaciones, es particularmente claro en el caso de la diferente situación de las mujeres y los varones en nuestra sociedad. Los varones nacemos con muchos privilegios, y ni siquiera somos conscientes de las dificultades que enfrentan las mujeres sólo por serlo. 

En mi caso, me he dado cuenta de algunas porque mi labor me lleva a estar al tanto de los avances del conocimiento científico, y así me enteré de que en general el estudiantado suele evaluar con más rigor y exigencia a las profesoras que a los profesores, pero si no hubiera leído ese artículo es muy probable que ni siquiera se me hubiera ocurrido pensar en eso. ¿Cuántas otras situaciones estaré viviendo desde una posición de privilegio? Lo ignoro. 

Va otro ejemplo. Hace unas semanas me invitaron a participar en un panel público en el que se analizaría un tema de enorme relevancia política. Vi la lista de personas convocadas y me pareció pertinente, así que acepté la invitación. Para mí fue algo de lo más normal, hasta que poco después de que se dio publicidad al evento coincidió que dos feministas, Fátima López y Mirza Flores, me hicieron notar, cada una por su cuenta, que el panel estaba conformado exclusivamente por varones. Y cuando me preguntaron por qué era así, tuve que reconocer que se debía a la mala costumbre; a la mala costumbre de que los varones monopolicemos la discusión de los asuntos públicos, la mala costumbre de no pensar siquiera que sería relevante conocer la opinión de una mujer sobre el tema, la mala costumbre de disfrutar de los indebidos privilegios que en esta sociedad me otorga el ser varón. 

El evento al que me refiero está suspendido, por el momento, pero el cuestionamiento de esas dos mujeres me ayudó a darme cuenta de que, aunque me considero partidario de abrir más espacios a las mujeres, en todos los ámbitos, aún no he podido superar del todo la afición a mis privilegios, y que si realmente quiero contribuir a que las mujeres puedan ocupar los espacios que les corresponden, entonces es necesario que renuncie a ocuparlos y se los ceda. 

La mala costumbre me sigue insistiendo, y me sugiere que no renuncie a ese espacio, porque tengo algo que decir, pero mi conciencia me dice, por otro lado, que también hay muchas mujeres que tienen algo que decir, y que si como varón no utilizo mi poder masculino para apoyarlas, aunque eso me implique renuncias, seguiré siendo cómplice de una sociedad machista que las silencia, invisibiliza y mata. 

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Twitter: @albayardo 

jl/I