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Defensoras del territorio y de la vida

Es necesario enfatizarlo y asumirlo con todas sus consecuencias políticas: en los movimientos en defensa de la vida y los territorios juegan un papel central las mujeres. Esta realidad, alejándonos de visiones patriarcales no es extraña, porque si alguien sabe de la vida son las mujeres. Ellas, como la Madre Tierra, y solo ellas, tienen esa virtud de ser creadoras de vida. Desde luego, también en el “ellas” debemos incluir a las hembras de otras especies que tienen esa misma virtud. 

Por ello es que tampoco resulta extraño que ellas, con mayor facilidad que los hombres, puedan establecer una relación diferente con la Madre Tierra. Entre ellas se entienden mejor y más rápido. Sin embargo, por muchos años, aunque los movimientos sociales, así definidos, eran dirigidos por hombres a pesar de su composición abrumadoramente femenina. 

Lentamente las cosas van cambiando a fuerza de luchas y luchas, de confrontaciones y confrontaciones. De muchas vidas perdidas. Los cambios están siendo a pesar de los hombres y por la fuerza que va adquiriendo la decisión de las mujeres para profundizar la crisis del sistema matriarcal. Atentar contra el patriarcado resulta tan subversivo, o más, que cuestionar al Estado, la propiedad privada y a los procesos actuales de acumulación. Quizá también por ello es la violencia que se ejerce contra ellas. 

Por siglos hemos demostrado que por muy revolucionarios que digamos ser, nuestro límite es el patriarcalismo que llevamos dentro. Nos resistimos a dejar de ocupar la centralidad social a pesar de las evidencias históricas de tantas limitaciones. 

Por más de tres décadas me he dedicado al estudio de las acciones colectivas en las ciudades y más recientemente en zonas en las cuales se confunde lo rural y lo urbano. En los procesos organizativos para demandar dotación de servicios públicos, de vivienda, de seguridad y de defensa de la vida, me consta, la presencia de las mujeres es innegable. Pero no solo eso, también es innegable que su sensibilidad y subjetividad son diferentes, sus maneras de concebir al mundo y las relaciones sociales se han instalado. Enfatizo, este proceso de afirmación y reconocimiento político es relativamente nuevo, pero es de una gran potencialidad. Lo es más si estamos de acuerdo en que los cambios verdaderos, revolucionarios, suceden en el momento en que ellas toman en sus manos los procesos. 

El mayor ejemplo que tenemos a la vista es el caso de la revolución de las mujeres del Kurdistán. Las mujeres kurdas, dentro de esta revolución que han hecho con los hombres, han construido sus propias organizaciones, sus propias ciudades y tienen toda una propuesta de ciencia desde una perspectiva femenina. La llaman Jineolojí y resulta muy sugerente e inspiradora su lectura. Ellas mismas han afirmado, y no es casualidad, que una fuente de inspiración para el desarrollo de su revolución han sido las mujeres zapatistas. 

Al saber de este reconocimiento de las mujeres kurdas, recordé que el primer decreto que hizo el EZLN, y tampoco es solo coincidencia, fue la Ley Revolucionaria de Mujeres, y luego aquella imagen que dio la vuelta al mundo donde se ve a las mujeres zapatistas ataviadas con sus coloridas vestimentas empujando con sus pequeñas manos a los soldados del Ejército mexicano que, sin éxito, intentaban penetrar a sus territorios libres. Esta resonancia y reconocimientos, que superan las distancias geográficas y diferencias culturales, si le buscamos, y habría que hacerlo, tiene muchos significados que habría que irlos desentrañando. 

Se trata de aportes muy importantes a los procesos de resistencia al capitalismo patriarcal y de creación de proyectos diferentes; de relaciones entre las mujeres y hombres, de formas distintas y concretas de reproducir, de defender la vida y de relacionarse con la Madre Tierra. Es la prefiguración de la revolución que ya está siendo. 

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jl/I