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Qué tierno
Y el sarampión avanza
La dueña de una tienda de abarrotes de la colonia cuenta que desde hace muchos años conoce a uno de sus vecinos, con el que nunca tuvo problemas. Hasta ahora, en tiempos de la pandemia. Las veces que se ha presentado a comprar algo, el vecino no porta cubrebocas; la propietaria del negocio le dice que no puede entrar sin protección, y como respuesta, recibe una andanada de insultos. Para su vecino, lo ha dicho, el coronavirus “es puro pinche cuento del gobierno”. Con similar postura se halla un sector de la población.
Ante la pandemia podemos ubicar en cuatro grupos, por lo menos, a quienes no hacen caso de las disposiciones para enfrentar la pandemia: uno, el de los incrédulos o descreídos, compuesto por quienes desconfían acerca de la existencia del virus dañino. Hay desde los que advierten una supuesta conspiración gubernamental para controlar a la población usando lo que consideran es una pandemia inventada, hasta los que sin mayores razones que sus pseudoargumentos, sin base alguna, salvo que consideran que la situación es como ellos la conciben, rechazan cualquier versión de que la pandemia sea real. Que los medios informativos den noticias es porque, dicen, son cómplices de las autoridades en difundir mentiras.
Un segundo grupo es el de los egoístas. Lo abarcan aquellos que, con variantes, sólo piensan en sí mismos, sin importar lo que suceda a los demás. Y los demás puede incluir a sus empleados, amigos o familia. Uno de sus argumentos es que el número de muertos no pasará del 1 por ciento de la población; de ahí se preguntan, ¿por qué la mayoría tiene que sacrificarse, cuando sólo una minoría morirá? Los que han muerto y morirán no les importan nada. Incluyamos ahí a los que obligan a laborar a sus empleados cuando debieron cerrar sus negocios. Los egoístas asumen que no estarán entre los pocos que fallecerán; y si murieran, se consuelan diciendo que se tratará de mala suerte.
El tercer grupo lo integran los indolentes. Aunque conocen los riesgos, y a pesar de la abundante información que circula, optan por no acatar las recomendaciones ni las medidas forzadas. Por distintas razones que van desde la flojera, el olvido o el descuido, se niegan a guardar la distancia social o lavarse las manos con frecuencia para disminuir los riesgos de contagio. Si tienen cubrebocas, lo guardaron en algún lugar o puede que lo porten como un simple adorno, una prenda que es parte de una moda, pero no para una posible salvación ante estornudos infectados.
Un posible último grupo es el de los retadores. Lo que provenga de alguna autoridad, lo analizan con desconfianza. Por alguna razón o razones del pasado, viven en permanente conflicto con lo que represente o signifique alguien que ordene. Viven en constante pleito con sus jefes, padres, maestros o quien pueda tener alguna ascendencia o poder sobre ellos o ellas. Su actitud suele ser inconsciente, es decir, no se percatan de que así van por la vida, desafiando a quienes les den instrucciones. Y si la pandemia significa obedecer instrucciones, tienden a desobedecerlas.
Una persona puede estar en un grupo o combinar varios. Tienen en común que no asumen las medidas para contener la pandemia. Viajan de vacaciones, organizan fiestas, someten a sus empleados, se burlan de los que sí acatan las disposiciones. Los argumentos, los contraargumentan; exhortarlos, no sirve; ofenderlos, tampoco. Las sanciones podrían cambiar a algunos, pero no a todos. Tal vez si resultan contagiados de coronavirus modifiquen sus posturas; aunque habrá quienes ni así cambien. La ignorancia, el miedo, el descuido, el egocentrismo tienen numerosos discípulos, aún en las peores catástrofes. Están a la vista.
Twitter: @SergioRenedDios
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